Magos, borricos y muchos caramelos
800 personas, 13 carrozas, 80 ocas y 3 dromedarios animan la cabalgata, que costó 670.000 euros de dinero público
Si usted se levanta este lunes rodeado de trozos de carbón, no se preocupe. “El carbón no es un castigo, es algo que nos hace aprender y ser mejores cada año”, ha explicado durante la Cabalgata de Reyes el mago Gaspar (que guardaba un extraordinario parecido con un concejal de UPyD, Mariano Palacios) antes de comenzar la parade. Le acompañaban, como siempre, los reyes Melchor y Baltasar (que guardaban también un extraordinario parecido con los concejales José Antonio González de la Rosa del PP y Pablo García Rojo del PSOE). Ya en sus carrozas, en tonos blancos, rojos y negros, han causado el delirio entre los niños que se apiñaban al otro lado de las vallas de seguridad. Cada uno tiene su favorito, aunque algún chaval, algo despistado decía “esta es la Cabalgata de Dalí”, ante la mirada entre atónita y orgullosa de su padre.
Venían precedidos de mucha magia, que fue el tema del desfile dirigido por los Hermanos Carral. Se vio a los personajes de El Mago de Oz bajo un arcoiris, al Mago Merlín acompañado del rey Arturo empuñado su Excalibur, a Aladino, o a un grupo de magos persas, como Arturo: “Venimos de la lejana Persia donde suceden las cosas más extrañas, pero estamos relacionados con la compañía teatral Morboria. Mira como suenan mis cuchillos. ¡Son peligrosos!”. También de animales como los entrañables borricos o las muy celebradas ocas: “Son 80 ocas mágicas que, desde hace 14 años, aparecen para ayudar a los Reyes y luego vuelven a desaparecer”, según cuenta su pastor Miguelín, que viene de Palencia ataviado con un turbante. Y animales fantásticos como un unicornio blanco de cuatro metros o una enorme lechuza inflable que sobrevolaba la Cabalgata haciendo picados ante el asombro de la muchachada.
Los más pequeños desarrollan nuevas tecnologías para captar caramelos, que es, al final, de lo que aquí se trata: colocan bolsas de plástico, cajas y hasta paraguas invertidos para recoger la lluvia de dulces. La mitad se quedan a medio camino entre las carrozas y las vallas de seguridad y si uno pasa por delante escucha decenas de voces blancas gritando: “Acércame esos carameeeeelos”. Sus Majestades iban precedidas por los miembros del escuadrón a caballo de la Guardia Civil, que cabalga muy serio. “A ver si sonreís un poco, que es gratis”, les gritan unos niños, hasta que los guardias se ablandan: todavía es Navidad.
La cosa acaba en Cibeles, donde Melchor se dirige a la multitud con “la esperanza de un mundo que sea mejor, en el que desaparezca la pobreza, la injusticia, la violencia y el drama del paro”. Los fuegos artificiales dan por finalizada la fiesta y todos pronto a la cama: qué nervios. Unas 800 personas han participado en esta Cabalgata, que ha costado 670.000 euros de dinero público y 330.000 euros de aportación privada. Los últimos en pasar son los trabajadores de los servicios de limpieza, que en un plis lo dejan todo como si aquí no hubiera pasado nada y, en realidad, todo esto hubiera sido solo una ilusión.
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