‘Silenzo stampa’
No debería haber un día sin pedir la liberación de Marginedas, García Vilanova y Espinosa
Hay desgarros que no se curan con antinflamatorios ni con reposo, no desaparecen con el tiempo, sino que requieren de muchos cuidados. Uno de los que peor secuelas dejan es el ERE. El dolor nunca se va del todo, solo se mitiga o disimula, porque privaba por su capacidad para reaparecer en cualquier momento, a veces el más insospechado. El que afectó al diario nos mutiló a todos y tamizó a la redacción. Las relaciones humanas se resienten tanto que difícilmente cicatriza la herida. No hay remedio para los que se tienen que ir a la fuerza y penan también los afortunados que se quedan, cada vez más espantados, diseminados, alejados los unos de los otros pese a compartir un techo que va cambiando de sitio.
Aunque estábamos avisados por la política de externalización de servicios, el ERE fue devastador desde el punto de vista humano. El cuerpo a cuerpo del taller ha sido sustituido tanto por la máquina de encargar como por las video conferencias y nos costó Dios y ayuda reencontrarnos, aunque solo fuera para saludarnos y compartir cubierto y una copa un día de diciembre. Hemos vuelto a celebrar la cena de Navidad. La respuesta a la iniciativa de unos cuantos de la macro, la sección estrella, fue numerosa, incluso masiva, como cuando la empresa nos invitaba a un aperitivo y nos regalaba un lote en un encuentro al que acudían los de administración y rotativas, todos cuantos hacíamos el diario.
La cosas se van recomponiendo afortunadamente y se agradecen gestos tan tribales como el de abrazarse, estrecharse la mano o darse un beso, desearse felices fiestas como compañeros de faena. El culto a la individualidad se ha extendido tanto que nos olvidamos de los espacios comunes y de la necesidad de compartir los buenos deseos. Así que la fiesta estuvo bastante bien después de tanto tiempo de extrañamiento. Tuvo un carácter terapéutico y si se quiere hasta de afirmación en tiempos de negatividad. Nos permitió reagruparnos y sobre todo conocernos y reconocernos después de convivir varios meses en el anonimato, cosa especialmente grave siendo tan pocos.
Ya no se trata de apelar a la decencia, y demás valores exigibles al oficio, sino de estimular simplemente la curiosidad periodística, y si se quiere hasta de conspirar más que de ejercer como relaciones públicas. La cena y la copa de Navidad nos permitieron reforzar el vínculo, recordar la complicidad y cuanto nos une a los trabajadores de EL PAÍS en Cataluña. No es cuestión de ser, sino, al menos, de recuperar el sentido de pertenecer a una publicación y, sobre todo, de salir a la calle. Muchos diarios se hacen últimamente desde la redacción, porque es más barato y cómodo, sobre todo porque las noticias ya nos llegan envueltas en celofán, listas y dispuestas para ser servidas y consumidas sin pensar ni pagar.
No debería haber un día sin pedir la liberación de Marginedas, García Vilanova y Espinosa
El confort debilita y extravía al buen periodismo, que siempre fue caro, necesitado de inversión. El cordón umbilical con la información continúa siendo el reportero bélico, que ni está en la redacción, ni se divierte con sus compañeros, ni reniega de la empresa. Javier Espinosa, corresponsal de El Mundo en Oriente Medio, el reportero gráfico freelance Ricardo García Vilanova y Marc Marginedas, enviado especial de El Periódico, están secuestrados desde septiembre en Siria. Los tres son periodistas decentes, honestos y rigurosos que han antepuesto la tragedia de la población siria a sus propias familias en un conflicto que cuenta ya con la desaparición de unos 30 informadores.
La mayoría aspira a contar noticias frente al apagón informativo pretendido por Bashar al Assad, cuyo régimen reprime cualquier intento de periodismo independiente desde hace años. Asegura Gervasio Sánchez que el secuestro es lo peor que le puede pasar a un periodista salvo la muerte: “Acepta ser herido y también que puede morir en un bombardeo, pero ¿cómo protegerse de los secuestradores? No debería haber día sin que los periodistas pidiéramos la liberación de Marginedas, García Vilanova y Espinosa. No se trata de una rutina, y ya sé que se organizan actos en las redacciones y los colegios y asociaciones de la prensa, sino que debería ser un canto a la vida y también a la defensa del oficio.
Hay que recuperar hábitos para combatir la tristeza. Ni que sea para compadecernos o enfadarnos. No es un ejercicio de nostalgia sino de presencia y reivindicación ante el poder. No han pasado ni quince días de la cena de la redacción y a los compañeros de servicios de Asip se les ha comunicado la aplicación de un ERE con la misma frialdad que antes se hizo con los de talleres. Ha habido huelga de firmas en El Periódico porque les rebanan el sueldo como quien rasga el hueso del jamón y también se cuenta algún despido en La Vanguardia. Los diarios adelgazan y engordan los periodistas, muchos de pena, faltos de referentes —ahora secuestrados—-, necesitados de ingenuidad —alcanza con una cena de vez en cuando
Ante el silenzo stampa, no hay mejor consuelo que una buena borrachera por Navidad.
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