La Audiencia sienta en el banquillo a 26 transportistas de los carteles
El fiscal pide 300 años y 5.000 millones de multa para la banda del fallecido Patoco, la
Hasta finales 2008, la organización de Manuel Abal Feijóo, alias Patoco, contaba con las más potentes embarcaciones para transportar hasta las Rias Baixas, en apenas día y medio, los alijos que recogían en la mitad del Atlántico. Una noche de noviembre, Patoco, de 38 años, venía de cerrar una operación y regresaba a su casa pilotando, a excesiva velocidad, una de sus motos de gran cilindrada cuando un peatón se cruzó en su camino. El narcotraficante falleció en el acto, semanas antes de que la policía pudiera detenerle. Ahora 26 presuntos miembros de su extensa banda de colaboradores y herederos de la potente infraestructura de Patoco se sentarán en el banquillo para enfrentarse a elevadas penas que suman más de 300 años de cárcel y multas que superan los 5.000 millones de euros por dos cargamentos de ocho toneladas de cocaína que organizaron tras la muerte del jefe.
Aunque el hueco que dejó Abal Feijóo en el sector del transporte de cargamentos, como el hombre más demandado por los carteles de la cocaína, sigue todavía vacante, la policía cree que su hombre de confianza, Gregorio García Tuñon, alias Yoyo, de 60 años, y su hermano, Benito Abal, intentaron reflotar la organización que contaba entre sus filas con un promedio de edad de 35 años. Según el escrito de acusación del fiscal antidroga, Javier Redondo, el fallecido Manuel Abal dirigía una organización criminal asentada en la zona de Vilagarcía de Arousa que había establecido la infraestructura necesaria para dedicarse a acondicionar embarcaciones del tipo planeadoras de gran potencia para recoger importantes partidas de cocaína en pleno Atlántico. Droga que trasladaban con barcos nodriza hasta allí las organizaciones sudamericanas propietarias de la droga, con las que se concertaba, a cambio de dinero o de una parte de la droga, para trasvasarla a sus lanchas y transportarlas hasta las costas gallegas, donde, o bien las introducían directamente en tierra, o bien las trasladaban a embarcaciones de menor porte, las encargadas de alijarla en las playas. Para ello también contaba con un barco pesquero que repostaba combustible a las planeadoras en alta mar.
La organización contaba con varias naves estratégicamente situadas en fincas con acceso directo al río Ulla, donde escondía las embarcaciones, sus motores y los enseres, además del combustible. Allí los técnicos preparaban las lanchas con todos los pertrechos necesarios para surcar el océano y adonde regresaban para ocultarse después de haber realizado los alijos.
La banda de Patoco estaba perfectamente jerarquizada y cada uno de sus miembros tenía su cometido. Unos se dedicaban a todo tipo de trabajos en tierra para la puesta apunto de las planeadoras; otros colaboraban en los desembarcos de la droga en la costa, mientras un amplio pelotón se desperdigaba por zonas estratégicas para realizar labores de contravigilancia a la policía y sobre los medios aeronavales de Aduanas. Cuando iban a desplegar maniobras arriesgadas durante los desembarcos, el jefe, Patoco, ordenaba a sus hombres que rodearan todos los caminos y demás puntos de acceso a las naves y a las playas adonde llegaban los fardos de cocaína, además de controlar los movimientos de los helicópteros y embarcaciones del Servicio de Vigilancia Aduanera en sus bases del aeropuerto de Peinador y en los puertos de Vigo y Vilagarcía de Arousa, según relata el fiscal.
Los controladores comunicaban permanentemente a Patoco las entradas y salidas de barcos y aviones a través de mensajes de texto en clave y desde teléfonos móviles que se renovaban en cada operación y que solo utilizaban para comunicarse entre ellos. No obstante, Manuel Abal evitaba utilizar los móviles y solo hablaba por ellos en ocasiones puntuales, procurando concertar los transportes y desembarcos a través de teléfonos públicos, mucho más difíciles de interceptar.
El grupo policial Greco Galicia comenzó a investigar a la organización un año antes de que Abal Feijóo perdiera la vida. La banda acababa de introducir un alijo, lo que indujo a un juez a ordenar los pinchazos telefónicos al grupo. El 2 de septiembre de 2007, el marinero Ramón Fabeiro Torres, de 35 años, uno de los subordinados de Patoco, envió un mensaje a su mujer: “Tengo otro viaje para las Navidades, voy a ir en una lancha grande para sacar 40 millones de pesetas y así tengo para media vida”
La lancha a la que se refería Manuel Fabeiro —primo de la mujer de Patoco— era la mayor de las lanzaderas utilizada hasta entonces por bandas de transportistas, que apareció varada en la playa de Area Fofa (Nigrán), en febrero de 2009. En su sofisticada construcción intervino el empresario náutico también procesado José Campos Rivas, al que Abal Feijóo le había pasado las características exigidas por su teléfono intervenido: “Casco desnudo de unos 18 metros de eslora por unos site metros de ancho, con siete motores Suzuki fueraborda de 300 CV cada uno”. Luego José Campos hizo las oportunas gestiones para la fabricación de la lancha con los astilleros SACS de Milán, de los que era representante e importador único para toda España.
Entre tanto, la policía localizó una antigua granja de cerdos con acceso directo al río Ulla, ubicada en el municipio coruñés de Dodro, en la que la organización ocultaba todo tipo de planeadoras, por lo que se establecieron varios dispositivos de vigilancia y control en torno a ella. Durante semanas, la policía controló las entradas y salidas a la nave lo que les permitió identificar al grupo que se dedicaba al mantenimiento de la infraestructura náutica de la banda.
A esta finca acudían casi a diario los procesados José Vázquez Pereira, alias Chatarrero, Pablo García Fabeiro y los hermanos Rogelio y Ramón Fabeiro Torres, quienes adoptaban estrictas medidas de seguridad para evitar que fueran seguidos y localizados por la policía. Además, el jefe les había prohibido hablar por teléfono con nadie que no formara parte del grupo, aunque no siempre cumplieron con esta orden. El hermano de Patoco, Benito Abal, tenía asignado el control total de la granja y le daba cuenta casi a diario de la evolución de los trabajos.
Ocho toneladas en un mes
A principios de octubre de 2007, la organización se apresuraba a acondicionar una lancha que guardaba en la nave de Dodro y a construir depósitos para combustible, aplicando paños de poliéster y transportando continuamente garrafas de productos químicos. Según los pinchazos, Abal les metía prisa para que terminasen los trabajos cuando antes y les había puesto fecha límite para que una de las lanchas estuviera en condiciones de hacerse a la mar, “por lo que se vieron obligados a trabajar prácticamente sin descanso”, señala el relato del fiscal.
Pero la abrupta muerte de Patoco paralizó los dos envíos que había concertado con los proveedores colombianos. Sin embargo, dos meses después, la banda había decidido asumir el transporte de los cargamentos que acabaron en manos de la policía. El 11 de enero se interceptó el desembarco en la ría de Muxía (A Coruña) de tres toneladas de cocaína, con un 80% de pureza y un valor en el mercado negro de 109 millones de euros. Fueron los lancheros liderados por Andrés García Gesto, apodado O Lulú, quienes asumieron el desembarco.
Pero poco importaron las pérdidas de esta operación porque un mes después, el 26 de febrero, Aduanas abordó el pesquero Doña Fortuna con 4,9 toneladas de cocaína con el 73%, valorados en 161 millones de euros. En esta ocasión fue otro subgrupo de lancheros con el piloto Baltasar Vilar Durán al frente quienes intentaron suplir, sin éxito, la ausencia de Patoco.
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