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Cobayas económicas

Grandes empresas, bancos e instituciones acuden al laboratorio experimental de la Universitat de València para predecir el resultado de un producto o ley

Ignacio Zafra
El laboratorio de economía experimental de la Universitat de València.
El laboratorio de economía experimental de la Universitat de València.jose jordán

La compra tiene algo de frenético. El sujeto dispone de unos pocos minutos para adquirir ocho películas o videojuegos y un tiempo similar para echarles un apresurado —y obligatorio— vistazo uno por uno después de haberlos comprado. En el laboratorio de economía experimental de la Universitat de València reina el silencio y la concentración es total en las 64 mesas con ordenadores integrados, separadas con mamparas para hacer imposible copiar al de al lado. El experimento de hoy, encargado por la Comisión Europea, tiene como objetivo ayudar a diseñar la nueva legislación comunitaria para las compras por Internet.

Poco a poco los sujetos, que hacen de cobayas económicas, van quitándose los auriculares y poniendo cara de derrotados mientras se preparan para esperar, molestando lo mínimo, hasta que los más avezados hayan exprimido todo el tiempo disponible. Llevados por la pereza de leer los habituales formularios on line o distraídos por criterios como la calidad de la película o el género del videojuego, los que terminan primero han olvidado fijarse en lo esencial del experimento: asegurarse de que los productos que compraban eran compatibles con el continente en el que residen (Europa) y con el sistema operativo del ordenador que están manejando (en este caso, Windows). La consecuencia: muchos de los usuarios se han quedado lejos de los hasta 27 euros que podían ganar por 40 minutos de trabajo muy relajado, y tendrán que conformarse con apenas 10.

El laboratorio de economía experimental trabaja para bancos como el BBVA, conocidas cadenas de supermercados —cuyos nombres no pueden revelar por las cláusulas de confidencialidad—, instituciones como la Comisión y universidades desde Tokio hasta California. Sus 17 trabajadores, entre ingenieros, economistas, matemáticos y físicos se dedican a predecir cómo va a ser la acogida de un producto o qué elementos debe tener una nueva regulación para funcionar antes de salir a confrontarse con la realidad.

Pueden, en otras palabras, ahorrar mucho dinero a sus clientes empresas o quebraderos de cabeza a las instituciones. Sus pares de otras universidades recurren a ellos para obtener materia prima sobre la que asentar sus investigaciones.

“Lo que nosotros hacemos es generar datos, y hacerlo de una manera muy particular que permite controlar las variables", explica Penélope Hernández, directora del laboratorio. El mundo real está lleno de interferencias que hacen muy difícil saber a qué se debe determinado hecho. "El laboratorio permite estudiar el impacto de una variable de forma aislada. Contrastar los efectos y, además, cuantificarlos”, añade.

Las teorías económicas clásicas establecen una serie de verdades, basadas entre otras cosas en el principio de que las personas se comportan de forma racional. La realidad es, sin embargo, distinta. “La naturaleza humana nunca deja de sorprenderme”, afirma Hernández, directora del laboratorio. “Una lo intuía pero aquí me ha quedado clarísimo. Aquello que parece lo más natural del mundo, lo traes al laboratorio y no sale. Y aquello que crees que es lo más marciano, sucede. La diferencia es que aquí sabemos si sucede por esta variable o no. Y si no sucede, si es por esta variable o no”.

Hernández no se adentra en el debate sobre la racionalidad o no de los humanos a la hora de tomar decisiones económicas “porque tendríamos que definir primero qué es racionalidad”. Y porque el aspecto monetario que siempre contienen los experimentos —la gente gana realmente dinero participando en ellos, sea más o menos— garantiza, según ella, esa racionalidad, al eliminar otro tipo de intereses que pueden existir. O al menos garantiza el tipo de racionalidad con el que la gente se maneja en el mundo real, que es justo lo que pretende averiguar el laboratorio.

Académicos rentables

I. Z.

“Esto es un centro de investigación y nuestra motivación es la investigación. Nuestra prioridad es entender, estudiar y profundizar en los temas que investigamos, pero no perdiendo la perspectiva de la realidad”, afirma la directora del laboratorio Lineex, Penélope Hernández. Y a mantener “los pies en la tierra” les ayudan los encargos que les solicitan empresas, instituciones y universidades. El Lineex es un ejemplo de transferencia de conocimiento en el área de las ciencias sociales. Más aún, el laboratorio de la Universitat de València se financia con sus propios recursos gracias a los experimentos para terceros.

"Tener datos buenos es caro. Los saques vía laboratorio o los compres en un panel. Obtener unos datos de calidad que te permitan hacer un estudio econométrico preciso y limpio es muy caro”, explica Hernández. El precio de los experimentos varía, desde 15.000 a 120.000 euros, en función de cuántos datos quiera el cliente y de la muestra. Lineex está preparado para realizar experimentos por toda España gracias a un laboratorio móvil, y a seleccionar muestras que reflejan la composición de la sociedad.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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