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Sacerdotes del juego

Los crupieres vuelven a la capital tras 90 años. Así se forman para repartir suerte en sus dos nuevas sedes en la capital

Vídeo: P. Peiró / L. Almodóvar / A. Nieto | S. Sánchez
Patricia Peiró

Todo ritual tiene un sentido, el de los crupieres busca la transparencia. Enseñar las manos vacías al llegar y abandonar la mesa, cambiar el dinero siempre sobre el tapete bajo la supervisión de un tercero, prohibidos los relojes y los bolsillos en sus impecables trajes. El sacerdote que intermedia entre la fortuna y el jugador tiene poder para mover las manos al mismo tiempo que la mente y no puede hacer trampa aunque quiera. Otros dos crupieres además de una cámara en las alturas lo vigilan. Todo queda registrado.

Irene Gil, de 35 años, lleva meses interiorizando esta liturgia que nada tiene que ver con su anterior profesión: publicista, que abandonó “harta de trabajar 18 horas”. Desde esta semana hay dos nuevos casinos en Madrid, los primeros en el centro desde hace 90 años. Son las nuevas sedes de Torrelodones y Aranjuez en Colón y en Gran Vía, respectivamente. Ella es una de las 167 croupieres tras una de las mesas de juego en el establecimiento que ha abierto a escasos metros del museo de cera (la nueva sede del casino Gran Madrid), tras haber apostado todo a esta profesión que se ha mantenido casi idéntica desde que existe.

Gil se ha estado formando durante meses en el cuartel general de los nuevos crupieres del casino Gran Madrid (Torrelodones), que está en el piso inferior del edificio. Bajo la sobria sala francesa se ubica la escuela de formación, que por primera vez en 20 años ha tenido que mudarse a esta diáfana estancia sin ventanas con medio centenar de mesas de juego, ante la imperante necesidad de formar nuevas manos que manejen las fichas. La estudiante pensó inocentemente que “había truco” en ese movimiento antinatural de las manos y en la rapidez con la que el dinero baila sobre el tapete. Creyó que aprendería como lo hacen los magos, con un secreto que solo el maestro conoce y transmite a sus alumnos. Pero no. Interioriza su nuevo trabajo de la manera más tradicional; moviendo fichas, repartiendo cartas y manejando billetes durante cinco horas cada día, de lunes a viernes para ganar un sueldo de unos 1.100 euros al mes (más propinas). El proceso de preparación es gratuito.

Frente a ella, su profesora, Eugenia Merino, es la veterana, pero la pizpireta maestra de pelo rizado representa la otra cara de una labor que afronta un nuevo reto: el juego online. Internet supone para los crupieres un nuevo mercado. Tras 21 años en el casino de Torrelodones, Merino tuvo que aprender un nuevo modo de trabajar: frente a una pantalla.

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Los alumnos de Torrelodones pasaron unas pruebas de juego y otras de cálculo mental, no es necesario ir a la selección con unos conocimientos previos, “cualquiera puede llegar a ser croupier con trabajo”, repiten los profesores. La simpatía en el trato con el jugador sí que es fundamental. De eso se respira en la escuela de Torrelodones, donde todos los estudiantes saludan con una sonrisa al pasar por su lado. Hay que saber enfrentarse a alguien que ha perdido 100.000 euros en dos horas, por ejemplo. El cliente siempre tiene que quedar contento con el establecimiento, aunque pierda. Los alumnos se arremolinan en torno a las mesas, donde practican tanto juegos de fichas como de cartas. El director de la escuela de formación de Torrelodones, Josep Dos Santos, explica un cambio de tendencia: “Antes los casinos estaban reservados a esferas muy altas de la sociedad, ahora todo se ha democratizado y triunfan los juegos de naipes”.

Aunque los propios casinos siguen siendo los grandes formadores de su personal, en el último año han nacido dos escuelas de crupieres en España: Cerus y Maverick. Son la otra vía para aprender los secretos de esta profesión. Sus precios oscilan entre los 900 y los 5.000 euros dependiendo del tipo de formación y de curso pero para sus alumnos no habrá hueco en los casinos españoles, casi con toda seguridad. Sus directores dicen que hay varias opciones para los alumnos: marcharse, trabajar en un crucero o sumergirse en el juego online. Esta última modalidad representa ya un 10% de la cantidad de dinero que se juega en apuestas en España, según la memoria anual de la Dirección General de Ordenación del Juego de 2012. Los casinos, se comen un 6% de la tarta. Antes, los alumnos podían tener la esperanza de que Eurovegas les contratara, ahora que se ha esfumado definitivamente, abandonar España se vislumbra como el camino más probable.

En Cerus, el encargado de transmitir el saber del crupier es Joaquín Campillo. El movimiento forzado de las manos al mover las fichas por el tapete se vuelve sencillo cuando el profesor las desliza entre sus dedos. Él fue uno de los primeros crupieres de España. Que su nombre no engañe, Joaquín es en realidad Joe, su acento británico le delata. Este hijo de inmigrantes españoles desembarcó en Madrid junto a sus padres procedente de Reino Unido cuando el Gobierno de Adolfo Suárez legalizó el juego en 1977. Fue su progenitor el que le llevó de la mano al casino donde trabajaba en Inglaterra y el que le inició en la que sería su profesión el resto de su vida.

Los alumnos tienen que calentar las manos para mejorar su destreza.
Los alumnos tienen que calentar las manos para mejorar su destreza.Samuel Sánchez

Como su familia, muchos inmigrantes que trabajaban en casinos en suelo extranjero regresaron. Junto a ellos, otros crupieres foráneos que decidieron probar suerte en un país en pleno cambio. Este trasvase masivo hizo, por ejemplo, que el primer casino que abrió en la Comunidad de Madrid, el de Torrelodones, contara con empleados de 20 nacionalidades distintas cuando se inauguró. Ahora Joe enseña a una veintena de alumnos en la escuela Cerus que en unas semanas abandonará el país para desarrollar una actividad que aquí está prácticamente copada.

Tras casi 40 años dedicado a este oficio, este hombre de modales refinados y simpáticos ojos azules relata que ha visto incluso morir un hombre frente a él. “Le dio un infarto y se cayó hacia atrás. Vinieron los servicios sanitarios y se lo llevaron, y el juego continuó”. El cliente que hace sus necesidades encima por no levantarse de la mesa es una anécdota clásica que cualquier crupier cuenta y también están los gestos más típicos en un templo de superstición, como pasar la brujita de la suerte por encima de las fichas, o evitar las de color amarillo.

En España hay 39 casinos, solo en una ciudad como Manchester (Reino Unido) con una extendida cultura del juego, hay 18. Por eso, el juego online es una opción para todos aquellos alumnos que no encuentren su hueco en uno de esos casinos. Cada día a las ocho de la tarde desde hace un año, empieza la emisión del programa de juego online del casino de Torrelodones en un pequeño y oscuro estudio de televisión situado en un extremo de la sala americana. Una ruleta y una pequeña cámara sostenida por un trípode son los dos únicos elementos que acompañan al crupier que, a su trabajo habitual, tiene que añadir el de presentador, porque no deja de hablar frente al objetivo. “Al principio es un poco frío, cuando estás ahí dentro lo único que sabes de los jugadores son sus alias. Pero a veces vienen al casino para decirte que es uno de los que juega por internet, te hace ilusión ver la cara de tus clientes”, reconoce Eugenia Merino.

Dos alumnos de Cerus con su profesor, Joe.
Dos alumnos de Cerus con su profesor, Joe.Samuel Sánchez

Una veintena de empleados hizo la prueba de selección interna del casino Gran Madrid cuando se inauguró la emisión y ahora combinan las horas de trabajo frente a la pantalla con el contacto directo con los clientes.

Verónica Medina, de 28 años, es alumna de Cerus, ubicada en Pinar de Chamartín, donde se inscribió después de que se le acabara el contrato en la escuela en la que trabajaba como profesora. No tiene ninguna duda de que la profesión que ha elegido para reciclarse la llevará lejos de su casa, pero está dispuesta a ello. Junto a una decena de compañeros comienza el día calentando las manos, un gesto necesario para que no acaben doliendo al final de la clase. “Es un mundo que siempre me ha gustado, aunque no sabía nada de él”, asegura la principiante, que al principio tuvo que superar algún que otro problema para coger las fichas de diez en diez porque sus manos eran un poco más pequeñas que las de sus compañeros. Pedro Pérez, de 23 años, se cansó de sus estudios y decidió probar suerte con las fichas. Para eso vino desde Extremadura: “A mi en realidad no me gusta el juego, sino estar detrás de la mesa”.

En el otro extremo de la ciudad, en los bajos de un edificio en Embajadores, nació hace un año Maverick. María Vergara, de 34 años, empezó hace 13 años en este mundo por casualidad y ahora enseña a los que quieren seguir su camino. Las pretensiones de esta pequeña escuela son más limitadas y por eso solo aceptan pequeños grupos de cuatro o cinco alumnos. Las manos aún torpes de los alumnos, a los que se les atascan las cartas y vacilan antes de repartir las fichas, mejorarán con práctica, aseguran los profesores.

Ellos serán los encargados de seguir reproduciendo la liturgia y de seguir manejando la suerte de los clientes con sus manos limpias, sus trajes sin bolsillos y su cáculo brillante. Esta vez ya no en el extrarradio, sino a escasos metros del kilómetro cero.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.

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