Un mal paso
La iniciativa de faz anticlerical del PSOE es torpe
El que acaba de dar el PSOE presentando una proposición no de ley pidiendo la denuncia de los acuerdos con la Santa Sede, la presentación de una nueva ley de libertad religiosa y el establecimiento de un protocolo rigurosamente laico. Lo es, antes que nada, porque se trata de una jugada de envergadura estrictamente táctica, que busca obtener apoyos parlamentarios al objeto de aislar al PP y vender una imagen de éste como partido clerical enfeudado a los obispos, jugada que se agota en sí misma y de fortuna no precisamente segura: basta que algún grupo significativo se descuelgue para que la jugada se frustre. Empero eso es lo menos importante, de mayor trascendencia me parece el hecho de la muy escasa correspondencia que se da entre el laicismo bienpensante de los cuadros del PSOE y la realidad de sus apoyos electorales.
Cualquiera que conozca, bien sea mínimamente, los estudios demoscópicos sabrá que el PSOE es el partido cuyo electorado fiel más se parece al conjunto del país, y que, por ello, el mismo es lo más parecido a un partido nacional que hay en el mercado político. Así sucede en punto a las opiniones sobre fiscalidad, inversión y gasto público (véase el sondeo del CIS de julio publicado en octubre) y así sucede en lo que a la autoidentificación religiosa afecta. Sin entrar aquí y ahora en los problemas que en este punto tienen los sondeos (y que apuntan a la existencia de una religiosidad vergonzante que se oculta a los encuestadores), si se tiene la curiosidad de mirar el último del instituto oficial que incluye intención de voto (el de octubre) se declaran católicos el 70,4 de los españoles y el 73,1 de quienes recuerdan haber votado PSOE, el 2,3 de quienes profesan confesión minoritaria, que son el 2,2 de quienes recuerdan haber votado al partido del puño y la rosa, se declaran no creyentes el 15,9 de los españoles, que bajan al 14,0 de quienes votaron socialista, y se califican de ateos el 10,1, que bajan al 9,6 entre quienes confiaron en el partido que dirige el señor Rubalcaba.
Con la circunstancia agravante según la cual mientras que el PP apenas tiene electores a la izquierda del centro el 29,5 de quienes recuerdan haber votado socialista se hallan en el centro o a su derecha, donde por cierto es más fuerte la identificación religiosa. En verdad en España solo hay dos partidos cuyo electorado fiel es mayoritariamente no religioso, IU y ERC, lo que no debe extrañar toda vez que extraen una parte desproporcionada de sus apoyos en el estrato social más laico (lo que el CIS llama clase alta y media alta), en tanto que el castillo roquero del PSOE se halla entre lo que ese instituto califica como Obreros Cualificados y No cualificados, cuya autoidentificación religiosa es mayor que la media. Vistas así las cosas la propuesta de marras se parece sospechosamente a pegarse un tiro en el pie.
Con todo ese es un defecto menor, aun cuando acredite que entre la élite política que se encuadra en el PSOE realmente existente y sus electores fieles se abre una distancia ciertamente preocupante, mucho más grave, a mi parecer, es el trasfondo que hace aparentemente racional maniobra como la que comento. Lo que en mi opinión se halla en el trasfondo de la misma es algo de suma importancia: la perdida de un proyecto de transformación y emancipación social. Me explicaré: la diferencia específica del socialismo democrático no se encuentra tanto en la defensa del Estado Social, que también, por que esa es compartible y compartida desde posicionamientos diferentes (a la postre keynesianismo y welfare traen causa de la obra de dos ilustre miembros del partido parlamentario liberal en la Cámara de los Lores), cuanto en la relación entre las políticas propias del mismo con un proyecto igualitario impulsado por el ideal (o la utopía) de una economía socialista en el marco de una democracia constitucional.
La crisis del comunismo destruyó lo que implícitamente venía siendo el modelo (no un modelo, sino el modelo) de la primera y hasta la fecha la socialdemocracia ha sido incapaz de construir un modelo alternativo que de especificidad e impulso a sus políticas. Ese vacío se ha cubierto de facto con la asunción del paradigma económico neoliberal dominante (que es neoconservador antes que liberal). En esa tesitura una parte de la socialdemocracia, en la que se incluye el PSOE post-felipista, ha optado por buscar su identidad en el terreno del conflicto de valores, lo que implica a la larga la marginación de los intereses de su electorado fundamental. El resultado es un Partido Socialista sin proyecto propiamente socialista. Y, no cabe engañarse, la viabilidad a largo plazo de un partido socialista sin socialismo es cualquier cosa menos evidente. Ofrecer al consumidor un pastel de liebre sin liebre no parece la mejor de las ideas ¿No les parece?
Por lo demás la iniciativa de faz anticlerical es torpe. No sólo porque su éxito es problemático, sino porque sitúa al PSOE en contradicción consigo mismo y sus obras, y no parece que eso favorezca precisamente la muy necesaria recuperación de la imprescindible credibilidad. Además pueden ustedes apostar porque ningún gobierno previsible va a tener el más mínimo interés en suprimir el mal llamado impuesto religioso, en virtud de cual es el Estado el que paga el salario y la seguridad social del clero secular católico. El motivo ya lo señaló con su habitual lucidez Raymond Carr al comentar el concordato de Narváez y Bravo Murillo: en una Iglesia cuyos clérigos son pagados por el Estado no es fácil que los obispos sean subversivos.
Como ustedes comprenderán en un escenario así hablar, como hace uno de los inspiradores de tal acertada iniciativa, de “emancipar el Estado de la religión” no pasa de ser una solemne memez. Lo dicho, un mal paso.
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