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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Remate de existencias

A Fabra le ha tocado, y lo asume, ser el presidente de la Generalitat que pilota el retroceso autonómico

Miquel Alberola

El episodio acontecido con motivo de la recogida de firmas de diputados para pedir el indulto del exalcalde de Torrevieja (condenado a tres años de prisión y siete de inhabilitación por prevaricación y falsedad documental) es una expresiva muestra del final agónico de legislatura que afronta Alberto Fabra con el PP valenciano. Se veía de lejos que la amplia nómina de imputados que nutre su grupo, dispensados de las pomposas (y discontinuas) líneas rojas por imperativos de supervivencia parlamentaria, constituía una bomba de relojería fuera de control cosida al pecho del presidente de la Generalitat. Y pese al desenlace cantinflesco (con un anuncio de expediente al diputado que recogió las firmas y desairó de viva voz a Fabra que quedó "zanjado" sin consecuencias), apunta que el presidente tiene un acuciante conflicto para asegurarse la mayoría en las Cortes y el crédito en su discurso contra la corrupción.

Descartados los imputados de las próximas listas electorales y ante la inquietante perspectiva de orfandad institucional derivada de la incertidumbre de las urnas, la hipoteca de estos diputados con el partido está vencida. En su camino ya se interponen pocas obligaciones con las directrices del grupo, como reveló la desesperada llamada a la unidad de Rita Barberá la (incierta) víspera de la elección del nuevo director general de Ràdio Televisió Valenciana. Con el grupo parlamentario muerto, la encrucijada final solo ofrece dos salidas a Fabra: acabar la legislatura con el cadáver descompuesto o con el difunto embalsamado. Y ese es el desafío que consume su cometido.

Está claro que Fabra no heredó la presidencia de la Generalitat y del partido en unas condiciones atractivas ni confortantes. Pero más allá de si eso constituye o no una disculpa o un atenuante, como sugieren sus plañideras, las situaciones en el límite (como la que afronta desde que Mariano Rajoy, realizado el descarte previo, lo ungió) son las que suelen proyectar la verdadera talla del hombre, la solvencia de su imaginación y la eficiencia de sus recursos. El grado de dificultad de los retos, lejos de aliviar el fracaso, supone una aportación de valor tan meritoria o más que el propio éxito. Y visto lo visto (aunque ha ido más lejos con la primera que con el segundo), ni en la Generalitat ni en el partido ha sucedido nada que no estuviera ya escrito. Es decir, algo que hiciera repuntar la tendencia que Sir Isaac Newton hizo célebre mediante la parábola de la manzana. No ha logrado alterar el movimiento rectilíneo uniforme (su rumbo de colisión) en el que dejaron sus inmediatos antecesores la institución, si bien puede que lo anticipe al atajar la hemorragia económica mediante la mutilación de servicios públicos (o la extirpación sin paliativos) y la renuncia de las competencias, como le sugiere el comité de recalcitrantes sabios centrípetos que le ha encomendado el laboratorio de brillantes ideas y programas FAES.

A Fabra le ha tocado, y lo asume, ser el presidente de la Generalitat que pilota el retroceso autonómico. No solo jibariza la institución, sino que arriesga su sentido dejándose arrastrar por una corriente espoleada por el descrédito de una Generalitat que en los últimos 18 años ha sido fecunda en corrupción y despilfarro. La ofuscación exasperada (y gratuita, puesto que requiere mayorías cualificadas) de reducir el número de diputados bebe en ese sentimiento de criminalización autonómica. Actúa como un liquidador con la Generalitat, pero mantiene el trato cordial con su agusanado partido. Lo primero es lo primero.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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