Cuando el mudo habló
La Compañía Nacional de Danza se hunde en una representación desangelada, una heterogeneidad de sonrojo y un enorme desnivel de prestaciones
Hay obras de danza que se valen por sí mismas, mientras que otras necesitan de cierto arropo o mejor llamado, entorno plástico. Esto pasa en todos los estilos y la pretensión desmayada de Martínez de colocar a la CND en un plano de eclecticismo de altura, falla una vez más, se hunde en una representación desangelada y en la falsa creencia de que poner tres creadores actuales teóricamente afines (en lo empático de la corriente internacional), dará una unidad de programa. Pues no sucede, amén de que la plantilla resulta bisoña, de una heterogeneidad de sonrojo y enorme desnivel de prestaciones. No hay un sentido unitario del estilo (por ejemplo, en la manera de hacer Kilian); en las otras obras eso parece interesar poco o nada.
Estamos hablando de construir una casa artística, o mejor, reconstruirla, pero ese ambiente de verbena, poco ayuda: algunos bailarines llevan barbitas, ellas van peinadas cada una a su bola (y algunas no están ni siquiera en forma idónea); se baila mayormente descalzo y a voleo.
FALLING ANGELS / SUB / MINUS 16
Compañía Nacional de Danza. Falling angels (Kilian); Sub (Galili); Minus 16 (Naharin). Director artístico: José Carlos Martínez. Teatro de La Zarzuela. Hasta el 24 de noviembre.
Falling angels (1989) es ya un reconocido fragmento del llamado conjunto de “ballets en blanco y negro” (1986-1991), una definición estética que ya analizó Vacarino en su extenso libro sobre el coreógrafo checo; más que una etapa cerrada a un lustro, se trata de una línea discontinua de acercamiento al lenguaje interior: ballets que miran al ballet. Aún fuera de contexto, muestra el enorme talento de su creador, de su sistema y de cómo asimiló a grandes dosis las corrientes artísticas del panorama cultural a lo largo de su dilatada carrera. Hay una cierta geometría formalista y una conjunción del material coréutico en secuencias que no desdeñan la prestación del lenguaje académico junto a cierto latido terrenal y liberatorio, ya hacia la animalística (torsión), ya hacia la deconstrucción progresiva (fragmentación). Estas ejercitaciones modulan en una exposición abstracta y que debe, por fuerza, ser depurada, pero nunca simplificada.
La oferta se completa con Sub de Galili, y Minus 16 de Naharin (dos obras que viven de sus efectos grandilocuentes y ruidosos más que de la substancia), siendo la segunda un ejercicio de exhibición del despropósito y la banalidad; lo que este coreógrafo llama “su método Gaga”, es la ausencia de él. No se trata de agotar a los bailarines con una gimnasia marcial, obsesiva y cantosa, sino de querer decir algo más o menos concreto sobre un lenguaje determinado. Aisladamente puede haber un bailarín correcto o una bailarina virtuosa, pero no se trata de eso sino de la articulación del conjunto, la búsqueda de un todo, que aunque discreto, no desilusione; aquí no hay rumbo y este programa, ¿hacia qué territorio, alternativa o sistema estético nos quiere conducir? Suena a tiempo y dinero perdidos y ninguna de las dos cosas sobran al ballet español.
El hecho es que, a simple vista, se puede asociar con la etapa anterior y con la estela de la égida Duato; pero eso son solamente apariencias o gestos de superficie. Ya una vez usé la cita evangélica de Lucas: “Una casa dividida contra sí misma, cae” (11:17), que hoy extiendo al precedente 11:14 del mismo: “Y aconteció que salido el demonio, el mudo habló”. Mirar al futuro no es rechazar el pasado, sino entenderlo.
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