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“Uno es buena gente, aunque tenga un pasado”

A los 14 años atracaba bancos y fumaba heroína Hoy, Víctor González es un estimado vecino de El Carmen de Valencia Su gran retrato fotógrafico forma parte de una intervención artística

Ferran Bono
Víctor González posa bajo su fotografía expuesta en una medianera del barrio de El Carmen de Valencia.
Víctor González posa bajo su fotografía expuesta en una medianera del barrio de El Carmen de Valencia. MÒNICA TORRES

Tras repartirse el botín, se fue a casa a cambiarse de ropa. Se puso un chándal que había robado la semana anterior de una tienda. “Cuando bajé a la calle, me estaba esperando la policía. Me quedé flipao. Acababa de atracar un banco con mi colega El Marquitos y habíamos sacado un millón doscientas mil pesetas… Pero venían a por mí solo por el robo en la boutique". Víctor González tenía 16 años. Hoy, frisando los 40, recuerda su vida de bala perdida en un tono monocorde, descriptivo, sin atisbo de jactancia ni desdén.

“No quería ir al colegio ni trabajar, y estaba enganchado a la heroína, a la cocaína… Así que para pagarme las drogas atracaba bancos, pero siempre con cuchillo, nunca con armas de fuego, sin hacer daño”, explica sentado en la terraza de una cafetería de El Carmen de Valencia. En este histórico barrio, que ha perdido su marchamo bohemio y creativo en beneficio de Russafa, nació y protagonizó sus primeras escaramuzas. Con su “novieta y un amigo” se coló en la trastienda de una relojería a través de una casa abandonada. Fue su primera detención. Tenía 14 años y no entró en prisión. Entonces, el barrio era un cóctel de locales de copas, estudios de artistas, viviendas deterioradas y solares para especular. Corrían los años ochenta y la heroína hacía estragos.

“El Carmen estaba chungo, pero nada que ver con el Liang Shan Po, donde no entraban ni la policía ni los taxistas”, rememora Víctor, mientras apura un cortado. Pasan varios vecinos y le saludan, entre ellos un policía local fuera de servicio. Víctor es conocido y apreciado. Se nota en los comentarios que se cruzan.

Además, su imagen ampliada, de más de 15 metros cuadrados, cuelga en una calle cercana. Es una de las fotografías gigantes del proyecto artístico de Luis Montolío, que ha instalado en medianeras retratos “de gente interesante” del barrio, a modo de grafitis. “Víctor es una persona especial, muy humana y sincera”, añade el fotógrafo, que aprendió el oficio de profesionales como Alberto García Álix o David Alan Harvey, de la agencia Magnum.

“La cárcel es una gran pérdida de tiempo, pero senté la cabeza”, afirma

Víctor tenía familia en el Liang Shan Po, como se conocía popularmente a la barriada marginada y muy conflictiva de las 613 viviendas de Burjassot, municipio pegado a Valencia. Su sonoro nombre procede de la serie japonesa La frontera azul, que se estrenó en 1978 en TVE con un formidable éxito, comparable al de Kung-Fu. Liang Shan Po era el río chino donde se reunía el ejército de proscritos del líder Lin Chung y también el apodo de algunas barriadas españolas. “Me fui a vivir allí un tiempo. No me conocían y tuve que ganarme el respeto. Me hice colegas y empezamos a atracar bancos. De toda aquella época ahora solo queda uno vivo”, dice Víctor, muy delgado, fibroso, tatuado. “Con 14 años me llevaron a una granja para desintoxicarme, salí y me seguí metiendo. Mi madre me llegó a encadenar a la cama. Fue un fastidio, aunque ella siempre estuvo ahí”, prosigue con su hablar pausado.

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Fue apresado en el atraco a una sucursal de Montcada, en el área metropolitana de Valencia, y condenado. Salió en la prensa local en primera página. Estrenó la cárcel a los 16 años. Volvió dos veces más y exprimió su juventud entre rejas casi una década, entre 1991 y 2001. “Dentro seguía drogándome, con heroína, pastillas, cannabis, porque en la cárcel, si quieres, tienes drogas. Pero me di cuenta de que así no iba a ningún lado. Me mentalicé. Me metí en el programa de metadona y me rehabilité. La cárcel es una gran pérdida de tiempo, pero al menos senté la cabeza”, reflexiona. Primero estuvo en la Modelo de Valencia, justo antes de que se cerrara y de que el cineasta Luis García Berlanga rodara en ella Todos a la cárcel. Luego, pasó por la penitenciaría de Picassent y al final solicitó la de Burgos, con el fin de alejarse de su círculo habitual.

Salió y encontró empleo en el mantenimiento del Mestalla. Luego ejerció de panadero y se ganó el puesto de albañil en empresas de la construcción. La crisis pinchó la burbuja del ladrillo y Víctor se quedó en el paro. Ahora trabaja por su cuenta pintando y haciendo arreglos. Ya no está tan “ciclado” como antes, cuando “curraba en la obra” o mataba el ocio de prisión levantando pesas y jugando al fútbol. Ya no luce la melena de la gigantografía. Ha tenido complicaciones de salud y le han dado la incapacidad del 68%. “Ahora tengo una paguita y puedo trabajar media jornada”, comenta Víctor, agradecido con Montolío por su amistad y por incluir su retrato en el proyecto artístico.

El fotógrafo Luis Montolío le escogió para su galería de “gente interesante”

De espaldas a él, en la misma calle, sorprende al transeúnte la inmensa mirada, entre irónica y descreída, de la bailarina, profesora de contemporánea y empresaria nocturna Olga Poliakof, ya fallecida. Es otro de los retratos del fotógrafo, al igual que el guerrero apocalíptico de nueve metros de alto. Porta un caniche en vez de una lanza y sus ropajes y complementos esconden a Fer, modisto, camarero y modelo de body-art. Son rostros del barrio y de Montolío, que también aporta el suyo para la imagen en un solar que prometía viviendas de lujo y ahora solo ofrece basura.

A Víctor le gusta el proyecto de embellecer y reivindicar un barrio que aún no ha completado su rehabilitación y que es el alma de uno de los cascos históricos más grandes de Europa. También le agrada relacionarse con la gente. “A veces tenías que coger un rehén en el trabajo [de atracador]”, recuerda. “Una vez, la rehén era una mujer que se puso muy nerviosa. La senté en el sofá, la intenté calmar, le dije que solo queríamos el dinero del banco. Luego, en una rueda de reconocimiento, dijo que no me reconocía. Y creo que lo hizo porque la traté bien”, apunta esbozando una leve sonrisa.

“A la escuela iba poco y cuando iba me tiraban [expulsaban]. Una vez le dije al director: ‘Si me abres la puerta, me quitas de tener que saltar la valla’. Me la abrió y me tiró. Pero luego, cuando estuve ingresado en el hospital por la detención de la Guardia Civil en el banco, don Antonio, el director, y su mujer vinieron a verme”. Cuando se incide en algún aspecto más personal se pasa a la tercera persona. Y así sugiere razones que pueden explicar el aprecio que le profesan sus vecinos: “Uno es buena gente, aunque tenga un pasado que no se puede borrar. Uno sabe tratar, sabe escuchar, sabe estar”.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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