El catalán que explicó Mauthausen
El Museu d’Història de Catalunya celebra con una exposición el centenario de Joaquim Amat-Piniella, que noveló en ‘K.L. Reich’ su paso por el infierno nazi
La historia de Joaquim Amat-Piniella (Manresa, 1913-Barcelona, 1974) es el la historia del siglo XX. Comprometido en la República, combatiente en la Guerra Civil, recluso en Mauthausen, ninguneado en el franquismo, el intelectual del Bages grabó su nombre entre el de los grandes testimonios del horror nazi con su novela autobiográfica K.L. Reich. Sin embargo, la figura de Amat-Piniella, equiparable a la de Primo Levi, Imre Kertész y Jorge Semprún, no parece hallar su sitio de honor en la cultura catalana y española. Quizá la exposición Joaquim Amat-Piniella: escriure contra el silenci, en el Museu d’Història de Catalunya (hasta el 6 de enero) sea la puntilla definitiva ala reivindicación de esta trayectoria vital y artística en el centenario de su nacimiento. “En cualquier otro país Amat-Piniella se estudiaría y se traduciría”, insiste Joaquim Aloy, comisario de la muestra junto con Josep Alert, Àngel Fusté y Llorenç Capdevila.
El primer apartado de la muestra, el más alejado en el tiempo, transmite la ilusión de ser el de más la actualidad. Paredes de rojo, amarillo y morado enmarcan textos de juventud de Amat-Piniella, donde opina sobre la importancia de votar en el referéndum del Estatut d’Autonomia (de 1931), la necesidad de “catalanizar” a los catalanes, la eclosión del jazz o el doblaje en el cine, arte ya consolidado. Militante de Esquerra Republicana de Catalunya, fue un entusiasta de la República y la voluptuosidad cultural que ésta prometía; por eso el bloque dedicado a los años anteriores a la Guerra Civil está decorado con libros abiertos, colgados del techo, sugiriendo expansión y optimismo naciente.
El rojo domina los años de la guerra fratricida. Aquí los libros, leitmotiv de la muestra, yacen medio enterrados en el suelo: frustrado el sueño de la República, el veinteañero Amat-Piniella dejó sus publicaciones, se alistó de voluntario en el ejército republicano y partió hacia el frente de Andalucía. La derrota en la guerra implicó la inevitable huida de un republicano convencido hacia una Francia que lo convertiría en prisionero primero y le vendería después a las SS junto con Pere Vives y Josep Arnau.
Amat-Piniella relata en K.L Reich cómo el protagonista, a ratos alter ego del autor, recupera algunas fotografías del archivo de Mauthausen para salvarlas de la probable quema. Son los mismos testimonios gráficos de la barbarie del campo que se usaron como testigo de cargo en posteriores juicios, y que cuelgan hoy en los plafones de la exposición, las famosas imágenes de Francesc Boix. Es el bloque, en la muestra, dedicado al período de Amat-Piniella como prisionero en Mauthausen: paredes negras, libros quemados y escuetos recuentos de cómo sobrevivió cinco años en el campo en el que fueron encerrados tantos exiliados españoles, muchos marcados con el triángulo azul de los apátridas. Junto al horror mudo de las imágenes, hay expuestas algunas de las postales que mandaba a su mujer. Detalles que hacen palpables las crudas historias relatadas en K. L. Reich, escrita en los años posteriores a su liberación pero que no puedo ver la luz hasta 1963, y que Club Editor ha reeditado recientemente.
“Todos los horrores de los que había sido testigo (...) ¿no habrían servido de nada? ¿Era todo pura incoherencia?”, se preguntaba en K.L. Reich a través del personaje Emili. Tras la liberación aliada, el escritor regresó para encontrar en la España gris del franquismo un país que no reconoció sus sufrimientos y le empujó a una suerte de exilio interno. “Fueron los ojos terriblemente cansados de Amat-Piniella lo que más cosas me supieron decir de lo que había significado el infierno nazi”, escribió Monserrat Roig en Els catalans als camps nazis.
Amat-Piniella no alcanzó a vivir la apertura democrática, pero publicó varias novelas más (expuestas en la muestra, a la que estos días se añade la inédita La clau de volta, también en Club Editor) y, de haber vivido cien años, hubiera visto lo imposible: homenajeándosele en su lengua. Sugiriendo que al final, tal vez, no sea todo pura incoherencia.
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