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análisis

El silencio de Mondragon

La intencionada ausencia de noticias desde el grupo alienta la inquietud sobre su futuro

No existe manual alguno de marketing que apueste por el oscurantismo como modelo a seguir en la política informativa de cualquier empresa que se precie. El grupo Mondragon, en cambio, desafía a los teóricos de la comunicación. La cúpula directivo de esta corporación ha decidido refugiarse en un incomprensible oscurantismo como única política combativa frente a la inquietante trascendencia social derivada del preconcurso de acreedores de Fagor Electrodomésticos, una de sus empresas de mayor proyección internacional.

Más de una semana después de anunciar  una única salida tan traumática para un angustioso estado financiero,que ha ido acumulando desde el estallido de la crisis inmobiliaria con una gestión más que discutible, Fagor sigue sin explicarse. Hasta hoy, nadie conoce públicamente cuál ha sido el caótico devenir de este grupo, cuáles las causas de su declive y cuáles las expectativas que alberga de una supuesta viabilidad por la que tanto suspiran y le reclaman las instituciones vascas.

Bien es cierto que Fagor tampoco siente una presión suficiente que le desbarate su silencio, más allá de un par de manifestaciones que no guardan relación alguna con la gravedad que supone la posible pérdida de 2.000 puestos de trabajo. Esta imagen de pesimismo interiorizado entre los empleados que ya han comenzado a sentir la angustia del paro, de esa inquietud silenciosa por un futuro tan incierto en toda la comarca del Alto Deba, principalmente, dibujan un escenario que solo podría entenderse desde el miedo colectivo a las repercusiones de un funesto desenlace que origina la criticable ausencia de datos reales. Hasta entonces, ni nadie se mueve ni nadie levanta la voz. No deja de ser paradójico que la única exigencia de un plan de viabilidad para reducir el efecto del presumible drama proceda del Gobierno vasco y no de la propia empresa.

Tampoco habría que descartar en este sorprendente oscurantismo el efecto derivado de la propia configuración del modelo cooperativista, donde se acentúa la mirada introspectiva después de tantas décadas con las puertas abiertas solo hacia adentro. Pero no debería olvidarse de que hay una sociedad vasca detrás que también siente el problema, que por la vía de sus instituciones podría hasta contribuir a una hipotética solución, y que, sin embargo, carece de la mínima información suficiente para discernir qué ha pasado en Fagor.

Haría bien este grupo y con él la corporación que le acoge en revisar su silencio, en reconocerse ante quienes durante tantos años han aplaudido su modelo, en demostrar que no tienen nada que ocultar. De paso, les permitiría ahuyentar las sospechas que tan poco les están favoreciendo y así favorecer la tranquilidad general.

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