Sálvese quien pueda
No hay mucho que el PP pueda hacer para revertir la tendencia
El sondeo sobre intención de voto publicado el 9 de octubre ha intensificado el desasosiego en el PP valenciano, pese a que no apunta su colapso. Si en el plazo de un año y medio no se produce una inflexión olímpica en la economía (solo la contempla el argumentario del partido), será desalojado del Palau de la Generalitat. No hay mucho que el partido pueda hacer (hay una determinación exógena) para revertir esa consolidada tendencia, que no solo es el resultado de las crudas medidas adoptadas por el gabinete de Alberto Fabra en aquel decretazo de enero de 2012, como ahora excusa el vicepresidente José Ciscar, tratando de sacar petróleo de la decisión de haberlo adoptado frente a una pretendida inmovilidad de Zapatero (siempre el otro). El estado de quiebra de la Comunidad Valenciana y sus desencadenantes (no fue solo un problema de financiación sino también un modo de gestión infiltrado de corrupción, desproporción y sectarismo) constituye un lastre tan pesado como quizá lo sea no haber marcado categóricas y ejemplarizantes distancias respecto a ello.
Ahora, tras 18 años en el poder, el PP no solo acusa el desgaste de haberse eternizado y enraizado en la tenebrosa variedad de vicios adquiridos, sino también la erosión de sus medidas y la falta de flexibilidad para adaptarse al versátil escenario electoral. Su estructura todavía es la de un partido concebido para gestionar en exhuberancia, la de un instrumento sistémico de devolución de favores corporativos y ajustes ideológicos, la de una voraz máquina de fidelización de voto con cargo al dinero público. En la situación actual, el partido es más denso que el fluido en el que está inmerso y ahí es donde zozobra el principio de Arquímedes. Pero no resulta menos obsoleto su sistema de emergencia. Ante la alarma desatada por el probable hundimiento, más allá de las evasivas de manual, en la recámara del PP solo queda un recurso: el miedo. Expandir el pánico respecto a quienes puedan llegar a gobernar. No hay propuestas de renovación, ni siquiera se esgrimen consecuciones positivas derivadas de su gestión (en 18 años, alguna habrá) para seducir de nuevo a las urnas. En esa desesperación, se ha lanzado en tromba a prevenir sobre las consecuencias de que la Generalitat (uno) no sea gobernada por el PP y (dos) lo haga el PSPV-PSOE con ayuda de "partidos radicales" (¿quizá como lo hace el propio PP en Extremadura?) mediante el formato de un "tripartipo", vocablo que los terminales mediáticos se afanan en criminalizar y saturar de azufre desde que el negocio empezó a precipitarse.
En ese proceso de extenuación, mientras parece consumir sus principales energías en las batallas intestinas para apropiarse de los restos del naufragio (sálvese quien pueda), el PP ha fiado su rescate en que el desgastado fantasma del catalanismo (el lobo), que proclama como el caballo de Troya del tripartito, pueda aterrorizar a los valencianos (los pastores de corderitos) más que la hecatombe de la caja de la Generalitat (29.000 millones largos de deuda), la masacre de los servicios públicos (el desguace educativo, social, sanitario y televisivo), la devastación del sistema financiero (Bancaja, CAM) la ristra de casos de corrupción y saqueos (Gürtel, Emarsa, Brugal, Cooperación, Nóos…) y la legión de imputados con escaño. ¿Le funcionará? Si la sociedad valenciana, como consideran los tácticos del PP, cree que un burro vuela, será un éxito.
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