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Una procesión para el aplauso, el insulto y la acción de gracias

El traslado de la ‘senyera’ por el centro de Valencia reúne a miles de personas

Miquel Alberola
El diputado Enric Morera, increpado por miembros del GAV durante la procesión cívica.
El diputado Enric Morera, increpado por miembros del GAV durante la procesión cívica.JOSÉ JORDÁN

A diferencia del año pasado, que la procesión cívica fue el escenario de protesta de todos los expedientes de regulación de empleo de la Administración, este año la temperatura máxima la puso el sol. El calor descompuso las nubes y la quimera sobre si una bandera como la senyera, que no puede inclinarse ante nada ni nadie, podría mojarse sin menoscabar algún cardinal fuero municipal.

Dar las doce en el carrillón, salir la senyera al balcón del Ayuntamiento de Valencia, sonar una corneta, estallar varios masclets y repiquetear el himno de España fue un acontecimiento simultáneo. Y ese estrépito puso en marcha el cortejo de colegios profesionales, síndicos del Tribunal de las Aguas, socios de Lo Rat Penat y del Ateneo Mercantil, falleras, diputados, senadores y autoridades de toda la nebulosa administrativa, con la alcaldesa Rita Barberá, de rojo beefeater, como epicentro.

Los extrabajadores de Ràdio Televisió Valenciana, exhibiendo su malestar por el desguace del ente, pusieron los primeros coros a la comitiva (“lladres, lladres”). La irrupción del diputado de Compromís, Enric Morera, que aprovechó para expresarles su solidaridad, hizo entrar en ignición a los miembros del anticatalanista Grup d’Acció Valencianista (una procesión cívica sin el GAV es como una película de Bruce Willis sin tortazos), posicionados en la orilla de enfrente. Entonces, la banda de música y su pasodoble abrieron la cascada de insultos como Moisés el Mar Rojo y el séquito, con el concejal Cristóbal Grau como abanderado desafiando a Newton, fluyó hasta la calle de San Vicente, estrechándose como el Bósforo, hacia la catedral.

Los anticatalanistas convierten a Compromís en su pararrayos

Cuando la senyera entró por la puerta barroca de la catedral, el sol trabajaba a pleno rendimiento en favor de la lipotimia. Los concejales de Compromís y Esquerra Unida, Joan Ribó y Amadeu Sanchis, se habían apeado de la comitiva. Fuera quedaba el tiempo muerto; dentro, la vibración del órgano, un vaho de incienso, abanicos en movimiento y la ingravidez del coro cantando el tedeum. Pero a Rita Barberá se le notaba demasiado que la encuesta de EL PAÍS le había quebrado el pedestal. El arzobispo, Carlos Osoro, llamó a unir fuerzas en valenciano mientras sonaban algunos móviles, a crear lazos de hermandad y armonía. También defendió la entrada de la senyera en la catedral como metáfora del retorno de las tierras valencianas a la cristiandad. Y luego dio paso al besamanos, lo que Juan Gabriel Cotino, el presidente de las Cortes, cumplió con alborozo y facilidad litúrgica.

Tras el acto de acción de gracias, La senyera salió por la puerta románica y el cortejo describió un ángulo recto hacia la calle de la Paz. Como si se tratara de la llegada del Tour a los Campos Elíseos, los aplausos subieron de tono. A ello contribuyó que tras el cordón policial que acolchaba a las autoridades se activó una clac itinerante. Para separar los aplausos al estandarte de los que iban destinados a Rita Barberá hubiese sido necesaria la pericia de François Englert y Peter W. Higgs y su mecanismo para entender el origen de las partículas subatómicas con masa.

El arzobispo defiende la entrada de la bandera en la catedral

Aunque para materia explosiva, al fondo de la calle, junto al parterre, se agitaban los pabellones del GAV (de diverso tamaño, pero idéntico ánimo), mientras sus portadores cargaban la recamara con palabras gruesas y preparaban una lluvia de panfletos contra Compromís a la espera de que Morera pasara junto a ellos. Tras la sacudida, la alcaldesa y el presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, depositaron la corona bajo la estatua del conquistador, hubo un silencio muy patriótico, se cantó el himno, luego sonó una abreviada Marcha Real y, como una reacción química concluyente de dulzainas, eclosionó La manta al coll.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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