Regoyos, el quijote impresionista
El artista se adentró a contracorriente en las nuevas formas de plasmar la luz al aire libre Una antológica conmemora en el Museo de Bellas Artes de Bilbao el centenario de su muerte
Darío de Regoyos (Ribadesella, Asturias, 1857-Barcelona, 1913) fue retratado por el pintor belga Constantin Meunier vestido de tuno, tocando la guitarra y junto a un gran vaso de cerveza. Otros colegas también le pintaron rasgando la guitarra y cantando, una afición que cultivó en las juergas con los amigos y en recitales de poesía, y le hizo ganar una gran popularidad en los ambientes artísticos europeos de finales del siglo XIX. La fortuna heredada de su padre (el arquitecto que diseñó el barrio madrileño de Argüelles) le permitió conocer las tendencias que entonces se abrían camino y dedicarse a la pintura a contracorriente de las tendencias dominantes en el arte español de la época, aventurándose a entrar en el impresionismo, pero también a crear el simbolismo de la España negra. "Lo que define a Regoyos es su rebeldía", defiende Juan San Nicolás el comisario de la exposición Darío de Regoyos. La aventura impresionista, que este lunes se inaugura en el Museo de Bellas Artes de Bilbao."Quiso ser él y manifestarse a través de su evolución".
El joven pintor se rebeló primero contra la herencia de su maestro, el paisajista Carlos de Haes. Reconocía su admiración por De Haes, pero no le gustaba su paleta de colores. En Bruselas encontró nuevos caminos para su pintura en contacto con artistas como Camille Pissarro, Georges Seurat y Paul Signac. Su influencia le llevó al puntillismo, sin pasar antes por el impresionismo, en una evolución diferente a la de los maestros franceses. De aquella época muestra la exposición Las redes (1893) o paisajes de San Sebastián en los que plasma escenas en la playa de La Concha.
El trabajo meticuloso que requerían las escenas puntillistas le obligaba a permanecer en el estudio y abandonar su gusto por pintar al aire libre, sin bocetos, en formatos pequeños, fáciles de transportar y de rápida ejecución. Y Regoyos volvió a salir a pintar a la calle, siempre fiel a los postulados impresionistas, que le hicieron ganarse el desdén de la crítica y la ausencia de clientes.
Lo que define a Regoyos es su rebeldía", señala el comisario de la exposición
El Regoyos impresionista plasmó la luz de los paisajes del Cantábrico y los pueblos vascos, pero también escenas rurales de otros puntos de España y de la modernización industrial. En sus cuadros plasmó los efectos de la luz sobre los colores de la naturaleza, en amaneceres, puestas de sol, aguaceros, tormentas y escenas nocturnas. Fue el gran pintor impresionista español, "un artista único hasta 1900", destaca San Nicolás.
Repudiado en España por acercarse a la corriente que revolucionaba la pintura en Europa, recuerda el comisario, se mantuvo dentro de los postulados impresionistas toda su vida. "Fue un quijote que pintó por sentimiento y rebeldía", explica San Nicolás. "Nunca persiguió intereses económicos y pintaba lo que no se vendía".
Darío de Regoyos. La aventura impresionista, con más de un centenar de obras y documentos, se expondrá en el Museo Thyssen-Bornemisza a partir del próximo mes de febrero y, posteriormente, en el Museo Carmen Thyssen, de Málaga, en una versión reducida.
Regoyos fue un viajero incansable, que buscaba constantemente nuevos paisajes para sus cuadros, con una endeble salud que no siempre le permitía soportar las inclemencias del tiempo al aire libre. Junto al poeta belga Émile Verhaeren recorrió en 1888 la España profunda, descubriendo tradiciones y los ritos. El pintor ilustró las crónicas de su compañero de viaje con xilografías que fueron publicadas en el libro España negra. Otras muchas obras del pintor se acercaron a la misma temática, con un punto de vista, destaca San Nicolás, original. "Se centró en el papel de la mujer, descubriendo que su influencia no está en las manolas que se veían en otras pinturas sino en las mujeres que aguantan las penalidades de la vida con estoicismo", dice el comisario. "Pintó la España recia y seria, el silencio, la soledad y la tristeza".
Entre 1884 y 1912 visitó y trabajó con regularidad en el País Vasco, donde expuso con frecuencia y, por fin, encontró compradores. Su vinculación con los pintores vascos también fue intensa, especialmente con Adolfo Guiard, Manuel Losada e Ignacio Zuloaga, con quienes emprendió la tarea de renovar el ambiente artístico de la época.
Regoyos cerró su carrera en Barcelona, donde residió ya gravemente enfermo de cáncer el último año de su vida con escasos recursos económicos. Siguió pintando hasta el final. La exposición muestra los cuadros que reflejan la Diagonal y el Tibidabo, y los paisajes de San Feliú de Torrelló. "Se arruinó por el arte", asegura San Nicolás.
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