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50 años de amistad y heterodoxia

Artur Heras exhibe 44 obras en las que se funden referencias y lenguajes

Ferran Bono
Una de las obras de la exposición de Artur Heras en la Fundación Chirivella-Soriano.
Una de las obras de la exposición de Artur Heras en la Fundación Chirivella-Soriano.MÒNICA TORRES

“Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años”. Con ironía, recordando estos versos del poeta mexicano José Emilio Pacheco, presentó este viernes Artur Heras (Xàtiva, 1945) la exposición que repasa su trayectoria a través de 44 obras. “Me sorprenden elementos que vuelven a aparecer a lo largo del tiempo”, reconoció el creador ante la exposición que se inauguró ayer en la Fundación Chirivella-Soriano de Valencia, y que ofrece la oportunidad “de poder visionar con tranquilidad” 50 años de su producción artística, un periodo que abarca entre 1964 y 2013.

Todo ello gracias a la constancia y fidelidad de Vicent Madramany, coleccionista y amigo de Heras, que ha ido atesorando unos notables fondos, sobre todo de artistas valencianos, mientras florecía el negocio de la exportación naranjera, hasta crear su propio espacio expositivo en Perpiñán, llamado ÀCentMètresduCentreduMonde. “Lo importante es el artista”, se limitó a señalar Madramany.

De esa ciudad francesa, donde se radicó hace décadas este coleccionista nacido en L’Alcúdia, proceden las obras de la exposición que ocupa todo el antiguo palacete de la fundación valenciana. El comisario, Josep Salvador, destacó la ironía, la provocación intelectual, el compromiso cívico y social, la tentación de la imaginación y las técnicas diversas como características de la obra del conocido artista, que también marcó un hito en la historia del arte valenciano como responsable de la Sala Parpalló, por donde entró la creación contemporánea muchos antes de la apertura del IVAM.

La Chirivella-Soriano expone los fondos del coleccionista Vicent Madramany

La exposición pone de relieve la “heterodoxia” que practica el propio creador incluso “dentro mismo de un cuadro”, en el que conviven lenguajes y referencias múltiples. Es el caso, por ejemplo, de Bandera eléctrica, que pintó en 1980 y en la que entonces dejó un rectángulo en la tela para la proyección de diapositivas y hora es posible ver fragmentos de películas de cineastas admirados como Luis Buñuel o Charles Chaplin.

Transgredir los márgenes del cuadro, incorporar elementos de la instalación, como el tren eléctrico que circula por el interior de su obra Sueño, temor y realidad de El Mono Azul, de 1974-1990, son también una constante. Como las alusiones al mundo de la literatura, como su homenaje a Hemingway, o al propio arte, a través de la torre de Tatlin, transitando los códigos del surrealismo y del pop.

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Una obra que invita a la “libertad interpretativa”, en palabras del Manuel Chirivella, presidente de la fundación que acoge la muestra hasta el 5 de enero.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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