Cosas de jóvenes
Khatia Buniatishvili, una de las pianistas jóvenes más destacadas, actuó en el Palau
Khatia Buniatishvili (Tbilisi 1987) una de las pianistas jóvenes más destacadas, una intérprete buscada con afán por discográficas y festivales de prestigio, actuó en el Palau convocada por el ciclo de conciertos Palau100. La joven georgiana presentó en su actuación el mismo programa que interpretó este verano en el Festival de Verbier integrado por los Cuadros de una exposición de Mussorgski, tres Lieder de Schubert (Ständchen, Gretchen am Spinnrade y Erlkönig) en arreglo de Franz Liszt, los Scherzi segundo y tercero de Chopin y La Valse de Ravel.
Khatia Buniatishvili tiene todas las virtudes y algunos de los defectos de los grandes pianistas cunado son jóvenes. Toca de maravilla, parece no tener límites ni en la velocidad ni en la dinámica, técnicamente es impecable, no comete errores, derrocha fuerza, poder y energía, no dialoga con la obra, la domina y por ello plantea cada pieza como un desafío, quiere deslumbrar y aún cree que necesita demostrar que es buena.
El programa era de lucimiento, de gran exigencia, un programa típico de pianista joven. En Mussorgski estuvo arrolladora pero parecía un Mussorgski tocado “a la Rachmaninov” y en algunos momentos “a la Prokofiev”, estaba sabroso, pero pasado de vueltas y de temperatura.
Khatia Buniatishvili
Khatia Buniatishvili, piano. Obras de Mussorgski, Schubert-Liszt, Chopin y Ravel. Ciclo de conciertos Palau100. Palau de la Música Catalana.Barcelona, 2 de octubre.
Nada que objetar a la interpretación de las transcripciones de Liszt de tres Lieder de Schubert. También estaban pasados de temperatura expresiva, pero en este caso ya fue el propio Liszt, otro pianista que quería gustar, el que los coció demasiado.
En los Chopin Khatia estuvo seductora, pero se quedó un poco en la superficie de la obra, especialmente en el primero. Probablemente llegará a tocarlos muy bien.
En La Valse estuvo perfecta, bárbara y salvaje para interpretar ese vals imposible, roto bárbaro y salvaje que Ravel compone en 1919 consciente de que la Europa del vals ha muerto en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
Tras un programa tan completó aún ofreció Buniatishvili una propina impresionante: el Precipitato, tercer movimiento de la Séptima sonata de Prokofiev. Estuvo imponente, a esa pieza imposible, un verdadero rompededos, sólo sobrevive un pianista joven de primerísima clase.
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