La generación perdida en Nunca Jamás
La compañía The Cross Border Project ha puesto en escena el espectáculo de una generación sobradamente preparada que sufre un paro mayoritario
Escribir artículos gratis para realizar su vocación periodística (y pluriemplearse en trabajos hercúleos mal pagados) o partir al exilio económico, he ahí el dilema de la joven protagonista de Perdidos en Nunca Jamás, autorretrato de una generación sobradamente preparada, pero desempleada mayoritariamente. A través de las peripecias de Wendy, Peter Pan y sus Niños Perdidos, la directora Lucía Rodríguez Miranda (Valladolid, 1982) refleja las tribulaciones de sus coetáneos y las circunstancias que están abocando a muchos de ellos a poner tierra de por medio.
Inspirada en Peter Pan, de James M. Barrie, Perdidos en Nunca Jamás combina ficción y testimonio personal, teatro de cuarta pared y de pista, humor y drama, e incluso entra en el terreno de la comedia musical, tan agradecido siempre, y sale de él a placer. Es la primera vez que en un espectáculo oigo a los actores dar permiso al público (e incluso animarlo) a que utilice sus móviles durante la representación para enviar un mensaje o una foto de escena, aunque no vi que nadie lo hiciera, tan concernida se sentía y tan concentrada estaba (y emocionada por momentos) la joven audiencia que abarrotaba la Sala del Mirador tres días después del estreno.
Perdidos en Nunca Jamás
Dirección e idea original: Lucía Rodríguez Miranda. Dramaturgia: Silvia Herreros de Tejada, a partir de Peter Pan, de J. M. Barrie. Actores: Ángel Perabá, Renner Piñero, Efraín Rodríguez, Belén de Santiago y Laura Santos. Músico: Nacho Bilbao. Coreografía: Á. Perabá. Documental sonoro: Déborah Gros. Luz: Toño Camacho y Pedro Yagüe. Vestuario: Laura Velasco y Paz Yáñez. Escenografía: Basurama. Compañía: The Cross Border Project. Sala del Mirador. Hasta el 13 de octubre.
En esta función hablan sus artífices, de entre 24 y 32 años, pero también escuchamos un documento sonoro con la opinión de sus progenitores. Cuando Wendy, habitante del País Donde Nunca Jamás Trabajarás en lo que Estudiaste, regresa, con 30 años, a la casa paterna (porque naufragó la editorial donde trabajaba), recibe la visita inesperada de su vecino Peter, que la invita al bar de Garfio, donde los chicos eternamente parados ven el tiempo pasar cerveza en mano y bellas hadas bailan graciosamente la melodía celestial interpretada al ukelele por Nacho Bilbao: “Heaven… I’m in heaven/ And my heart beats so that I can hardly speak… When we’re out together dancing cheek to cheek…”.
La directora y Silvia Herreros de Tejada, autora de la versión, ensayista y traductora de las obras completas de Barrie, han escogido la ironía y el humor para hablar de un drama que la primera sufrió en carne propia. Sus recreaciones de los personajes originales, tan próximas, no luchan contra piratas, sino contra directores de sucursales bancarias sincronizados con tasadores creativos y contra empleadores a cuyos pies se postra la masa ociosa. Hay materia y condiciones objetivas (Bloomberg nos augura una media de paro del 24’7 por ciento de aquí a 2018) para que este sea el espectáculo de una generación.
El Peter de Ángel Perabá es un embaucador delicioso; Efraín Rodríguez y Rennier Piñero dibujan sus papeles con gracia y desparpajo, y Laura Santos, con finura, y Belén de Santiago imprime relieve humano y un íntimo vigor a las dudas y oscilaciones de ánimo de Wendy.
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