Un vestigio del Rastro se desvanece
El mural con personajes de la bohemia de los 80 se encuentra en pésimo estado Su autor, Enrique Cavestany, lamenta la dejadez de Ayuntamiento
Joaquín Sabina no tiene buen color. Los rasgos de la cara solo se le adivinan vagamente y su ropa parece vieja y descolorida. Algo parecido les ocurre a los otros 35 personajes que pueblan el mural de 17 metros de altura por cinco de ancho que ilumina —cada vez menos— la plaza de Cascorro desde el nacimiento de la calle Embajadores. “Son los estragos del tiempo”, cuenta Enrique Cavestany (Madrid, 1943), que lo pintó hace 30 años, periodo durante el que no ha sido objeto de ningún trabajo de conservación. “A través de Vegap [entidad de gestión de derechos de autor de artistas plásticos], pedí formalmente al Ayuntamiento que cumpliera los compromisos de mantener esta obra pública, que no devenga derechos de autor pero sí derechos morales. Todos los intentos fueron vanos”, señala Cavestany, que solo encontró “el famoso silencio administrativo”.
El mural es un ajado vestigio del viejo Rastro y de un Madrid de otro tiempo, cuando el equipo del exalcalde socialista Enrique Tierno Galván quiso revitalizar algunos rincones del casco antiguo por medio de, entre otras cosas, una serie de murales encargados al artista Alberto Corazón. “Él hizo los cuatro de Puerta Cerrada, y nos propuso a mí y a Alfredo Alcaín hacer otros dos”, señala Cavestany.
De los cuatro de Corazón, ya desaparecieron dos (entre ellos, el del gallo carnicero, que fue portada de la revista estadounidense Newsweek), y los dos restantes sobreviven a duras penas, especialmente el que recoge la frase del escritor Juan López de Hoyos que sintetiza con aires épicos el origen de Madrid (“Fui sobre agua edificada / Mis muros de fuego son”), que ha pasado de dominar la plaza con sus intensos tonos violetas a languidecer con un azul apagado.
El de Alcaín, situado en la medianería aneja al teatro Pavón, en la calle Embajadores 9, aguanta mejor, aunque está tapado en parte por el cartel de una constructora y otro —irónicamente— alusivo a la rehabilitación de Lavapiés.
Enrique Cavestany, pintor, dibujante y uno de los padres fundadores de La Mandrágora, el garito de la Cava Baja que acogió a Joaquín Sabina y Javier Krahe en sus comienzos, quiso pintar “el Rastro dentro del Rastro, el ambiente de los puestos de Ribera de Curtidores. Unos meses antes había cerrado el tinglado de La Mandrágora, y quise celebrarlo pintando también a mis amigos y familiares”. Entre ellos figuran, además del propio autor (“la vanidad del artista, ya sabes”), su padre, su suegra y sus tres hijos, el ya mencionado Sabina, Lucía (primera mujer del cantautor, “que aceptó posar en pelotas y luce un desnudo muy aceptable”), Alberto Corazón, Juan Luis Cebrián... También, aunque ya casi no se aprecia, el frontal verde de La Mandrágora.
El Ayuntamiento (PP) sólo pidió a los artistas los lienzos que sirvieran de referencia. De plasmarlos en las medianerías se iba a ocupar una empresa de pinturas industriales. Pero Cavestany se empeñó en pintar el mural él mismo, con un colaborador. “En el estudio de un amigo ampliamos el lienzo con el viejo sistema del estarcido, y con el dibujo ya realizado nos subimos al andamio provistos de unas buenas botellas de vino tinto y algunos otros elementos que no mencionaré. Tardamos entre 15 y 20 días del mes de junio de 1983, con un calor espantoso”.
Cavestany ha pensado incluso en volver a subirse al andamio para darle un repaso a la obra: “Cuando era 10 ó 15 años más joven, me ofrecí a hacerlo yo mismo si me ponían un andamio y me daban la pintura. Ahora me lo tendría que pensar, pese a mi aparente juventud”, dice socarrón, antes de pasar a lamentarse: “De cualquier forma, no hablamos de cantidades de dinero que el Ayuntamiento no pueda abordar, pero está claro que no le interesa la conservación del arte público”.
Como epílogo casi esperpéntico de la decadencia del mural, el lienzo que sirvió de referencia se encuentra a la venta en una tienda de antigüedades de la cercana calle Mira el Río: “Una noche, hace años, cenando con Sabina, me dijo que mi original estaba en una tienda de viejo del Rastro. Lo intentó comprar y le pidieron 36.000 euros”[36.000 €], recuerda Cavestany. “Hace uno o dos años, fui a la tienda y el lienzo sigue a la venta, aunque el precio ahora es mucho menor, no recuerdo cuánto dijeron. Pedí un certificado, la factura de haberlo comprado, porque no sé cómo llegó hasta allí. La palabra factura le puso los pelos de punta al dependiente... Es la triste historia de un original que yo he perdido. Bueno, yo no: el Ayuntamiento me pagó la realización de esa pintura, así que es su propietario”.
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