Los investigadores buscan una prueba concluyente en el ‘caso Asunta’
Los indicios son circunstanciales y basados en las contradicciones de los padres
Las hipótesis sobre los posibles móviles del asesinato de la niña de Santiago Asunta Basterra —que mañana cumpliría 13 años— son casi infinitas. Pero tanto para la Guardia Civil como para el juez encargado del caso, José Antonio Vázquez Taín, ese es, de momento, un asunto secundario. La prioridad de los investigadores se sitúa en encontrar una prueba física concluyente contra los sospechosos: la abogada Rosario Porto y el periodista Alfonso Basterra, padres de la menor. Ambos pasaron ayer su primer día en la prisión de Teixeiro (A Coruña), después de que el juez apreciase que han incurrido en importantes contradicciones y que la Guardia Civil haya reunido serios indicios que los involucran. De momento son solo eso, indicios, y los investigadores aún tratan de encontrar una evidencia definitiva con la que poder inculparlos más allá de toda duda.
Por lo que ha trascendido hasta ahora de las indagaciones, se ha podido determinar que la niña fue drogada antes de morir con diazepán, el mismo principio activo de un medicamento que consumía su madre. Y han surgido también nuevos testimonios que apuntan a que Rosario Porto llevaba tiempo suministrando fármacos a su hija. Están además los trozos de cuerda aparecidos en las proximidades del cadáver, similares a los de un rollo encontrado en la casa de campo de la familia. Los análisis todavía no han podido determinar que pertenezcan al mismo lote. Y, aunque así se demostrase, se trataría de un indicio importante, pero tampoco definitivo.
La versión que Porto ofreció el sábado día 21 a las 22.30 en la comisaría de policía de Santiago, adonde acudió junto a su exesposo para denunciar la desaparición de la niña, se resquebrajó poco después. Entonces dijo que había dejado a Asunta en casa a las siete de la tarde y que ella empleó las dos horas y media siguientes en ir de compras y acudir a la casa de campo de Teo, en las afueras de la ciudad. Una cámara de vídeovigilancia situada en la calle la grabó, sin embargo, alrededor de las ocho, yendo en el coche con Asunta en dirección a Teo.
Pero Rosario —Charo para todos sus conocidos— no declaró oficialmente ante la Guardia Civil, y cuando compareció el pasado viernes en el juzgado ya había podido estar antes con su abogado y con su exmarido durante los registros practicados en sus propiedades. Desde el miércoles los medios de comunicación habían informado de que existía una grabación comprometedora para ella. Y cuando el juez Taín se lo planteó, Charo cambió su relato. Aseguró que sí se había llevado a la pequeña a Teo y que la vio por última vez cuando la dejó más tarde en el centro de Santiago para que se adelantase a casa de su padre, donde los tres tenían previsto cenar. Ni Porto ni Basterra se derrumbaron ante el juez y ofrecieron un relato un tanto rocambolesco, aunque coincidente entre ambos y que los investigadores intentan ahora desmontar.
La investigación, por tanto, está lejos de haber concluido. En los dos últimos días se ha acentuado el hermetismo de sus responsables. Hay análisis que aún están pendientes y, sobre todo, falta eso que los estadounidenses llaman smoking gun (la pistola humeante): en este caso, una huella, un rastro biológico, algo que resulte incontrovertible.
La estrategia de defensa del matrimonio es una incógnita porque han cambiado de abogados. En las primeras diligencias les asistió una persona muy unida al padre de Rosario, el también abogado, ya fallecido, Francisco Porto. Ese letrado, Juan Guillán, ya veterano, apenas tiene experiencia en casos penales y ha decidido abandonar el caso.
En cuando al móvil, tampoco hay nada claro. El económico puede ser una hipótesis, pero no existen, por ahora, hechos que lo avalen, ya que el único testamento conocido de los padres de Porto le cede a ella todas sus propiedades y en los registros oficiales no aparecen bienes a nombre de Asunta. Así que no resulta fácil explicar por qué la pareja mató presuntamente a la niña. Lo único constatable hasta ahora es que la principal sospechosa llevaba meses mostrando una creciente inestabilidad psicológica, según ella misma ha confesado a sus conocidos.
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