Para cerrar los ojos
La voz educada de la cantante de Freedonia rinde homenaje a las grandes de los ritmos sureños
El preámbulo corre por cuenta de los cinco integrantes masculinos del sexteto, encargados de que el Café Central entre en calor en cuestión de minutos. Y en esas aparece Aurora García, dispuesta a obrar el milagro de la teletransportación. Porque Chicago, Detroit o la destartalada Crescent city quedan objetivamente lejos, por muchos puntos que digan concedernos las rácanas compañías aéreas. Pero la magia surge si cerramos los ojos. García es una madrileña joven, de tez pálida y peinado estiloso, más conocida por su faceta como cantante de Freedonia, pero sería fácil imaginar a una mujerona negra que hubiera crecido a un paso del Misisipí.
Aurora da el pego, en la más cariñosa de sus acepciones. Ha sabido educar la voz para retorcerla a su antojo: más cerca de Ella que de Billie (pese al homenaje de Fine & mellow), más Aretha que Nina. Y con un inglés mucho más pulido que el de nuestros munícipes.
A Franklin la acabaría rindiendo tributo explícito con una exuberante lectura de Nobody like you, en la que se permitió algún aullido sencillamente desgarrador. Pero antes habían acontecido muchas cosas, casi todas buenas: la declaración de melomanía en Up above my head (que han cantado desde Elvis Presley a Al Green), el aliento gospel en What a friend we have in Jesus, el brutal relato de un crimen adúltero que es Electric chair blues, el infalible chasquido de dedos para I feel free. La química resulta generalizada, pero nunca tan elocuente como entre el saxo tenor de Martín García y el alto o barítono de David Carrasco, dos chavales a los que Van Morrison bien podría contratar para una gira española. Queda toda la semana en el Central para controlarlo. Y para que Aurora pula esas entrecortadas presentaciones, ni burlonas ni instructivas, ahora mismo su único punto débil.
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