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Crítica | Danza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Acerca del baile individual

En 'Siete balcones' se descubre a un Carmona mejor mejor, en lo físico y en lo artístico

Se dice y se ha escrito mucho acerca del baile individual masculino como emblema, signo principal de las armas del flamenco en su extensión, en sus dominios que cada vez se extienden y bifurcan en los ritos de la modernidad. Puede ser cierto, y de hecho lo es, que en la figura del bailaor está el eje de muchas cosas, algo que no demerita al baile de la mujer, sino lo complementa; trata el cruce de terrenos comunicados, un tomar y dar que deriva hacia matices, eso sí, sin perder compostura. En este caso, brilló solo Jesús Carmona (Barcelona, 1985), se responsabilizó de la a la z de lo que pasaba allí arriba, sobre el escenario del Sanpol. Debe elogiarse su arrojo y su afán aventurero, su pasional instinto para escenificar, que aun verdea.

En cuanto a su estilo personal, que ya existe y procesa en este catalán que fue precoz, es mejor llamarlo bailarín-bailaor y en esto no me equivoco, es muy evidente, y a través de su riesgo virtuoso, de su manera de hacer, se hace más que transparente la trabazón de una fuerza técnica, de un apoyo a veces incluso excesivo en esa preparación de escuela que nunca sobra, sino muy al contrario, enriquece al artista. La escuela está, pero no debe verse.

Siete Balcones

Baile y coreografía: Jesús Carmona. Voces y música: Jesús Corbacho y Eva Ruiz La Lebri. Guitarra y música: Daniel Jurado. Luces: David Pérez. Vestuario: Belén de La Quintana. Teatro San Pol. 13 de septiembre.

Cuando se ve ahora a Carmona sobre la escena, se le descubre mejor, en lo físico y en lo artístico; se le ve modelado y vertical, con unas manos muy elaboradas, viriles siempre pero en música, apurando equilibrios y sacando chispas de sus muchas vueltas casi siempre terminadas en airosa pose.

Fue muy bonito empezar y acabar descalzo, una reverencia a la tierra y a la sencillez, un símbolo que da un efecto.

Mucha ternura amatoria de las tradiciones con la Rosa gaditana, esa que está en la génesis de las Cantiñas, con su índole fiestera y como apunta Blas vega, hoy de poco uso y a punto de desaparecer. Y fue también un acierto su uso natural del taconeo y el suelo, sin cajón acompañante, sin tanta parafernalia de amplificación. Entre las cosas mejores de la obra, el manejo del sonido.

En el programa hay cosas mejor resueltas que otros, necesitando de afinación tanto en la puesta en escena (ese todo que contempla desde las luces hasta la indumentaria) como en el baile mismo. Las dotes de Carmona están más que demostradas, no necesita otra exhibición que sea dada por la regulación artística. Muchos matices se dan en esta obra para ser desgranados y desarrollados más allá de esa primera ojeada visual, rápida, y debe hacerse sin prisas, en la seguridad de que es precisamente ese baile solista individual el vehículo para sosegar el brío, para domarlo y seguir creciendo.

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