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pop | david byrne & st. vincent
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una dimensión muy superior

El concierto de David Byrne en el Circo Price fue un episodio embriagador y vivificante

David Byrne durante el concierto en el Teatro Circo Price de Madrid.
David Byrne durante el concierto en el Teatro Circo Price de Madrid.KIKO HUESCA (EFE)

Anda esta villa tan olímpicamente absorta que anoche vino David Byrne y a poco no nos enteramos. Fuera por la carestía de las entradas, la desubicación septembrina o porque el 91 por ciento de la población solo piensa en Buenos Aires, el fundador de Talking Heads y su inesperadísima aliada St. Vincent solo reunieron a 768 testigos en el Circo Price. Afortunados nosotros: lo que allí aconteció debe figurar ya entre los episodios más embriagadores y vivificantes que ha conocido la ciudad en el ya no tan nuevo siglo.

Quienes piensen que en la música popular se ha visto y escuchado todo, salvo lo que pudiera aportar algún cacharro tecnológico, deben documentarse sobre esta gira, Love this giant. El escocés, de pelo tan blanquísimo como su indumentaria, se inmortaliza como un icono pop en sí mismo. Desde la forma del flequillo a sus balanceos robóticos, Byrne es exactamente igual a la imagen que todos tenemos de Byrne desde hace cuatro décadas. Por eso asombra que el mito se asocie en absoluta paridad con Annie Clark, una mujer que podría ser su hija (30 años frente a 61) pero que le ha ayudado a escribir algunas de sus melodías más intrincadas y embaucadoras de tiempos recientes.

A la extraña y fascinante pareja se le suma un octeto de metales que lo transforma todo en un festín casi callejero, como una marching band enloquecida desfilando junto al Misisipi. Todo está coreografiado y nadie queda exento de sus obligaciones: no basta con tocar como los ángeles, sino que todos bailan en una orgía de movimientos ondulatorios y sorprendentes. David parece un personaje del cine mudo y, aunque ejerce solo como uno más entre doce oficiantes, es imposible no caer en su embrujo. Hubo temas del dúo, de Annie, de Byrne y —el delirio— cuatro concesiones a las Cabezas Parlantes. Excelencia musical, compromiso teatral y arreglos de brillantez desconocida: una dimensión muy superior a lo que acostumbra a suceder sobre un escenario.

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