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De la pana a la pena

La música de autor sigue llenando locales de Madrid. El género resiste casi 40 años después de los primeros acordes. Ya no se canta a la libertad, sino al amor y sus consecuencias; ahora la opresión es en el pecho

Clientes de la sala Clamores asisten al concierto de la banda Red House.
Clientes de la sala Clamores asisten al concierto de la banda Red House.Samuel Sánchez

En inglés suena mejor. O al menos con más empaque: singer-songwriters. Es decir, cantantes que escriben sus canciones. Como Bob Dylan, Tom Waits, Leonard Cohen… En España, la expresión de cantautor remite a la Transición. A pana y coderas. A naftalina. Y, sin embargo, los locales de Madrid que acogen a estos escritores de canciones están llenos. Y desde mucho antes de la crisis. El género transpira más allá de la canción protesta. Ha sabido reinventarse.

De la pana se ha pasado a la pena. Ya no se canta a la libertad —sin ira—, sino al amor. O más bien, al desamor. A la opresión, sí, pero en el pecho. Los sentimientos, en fin, se han aburguesado; ahora el lema es otro: el mundo se enamora y nosotros nos derrumbamos. Las estadísticas dicen que cada cuatro minutos un matrimonio se rompe. La duración, acaso, de cualquiera de estas canciones. ¿Casualidad? En absoluto. En ese intervalo, un cantautor ha compuesto la enésima reseña a título personal. Su penúltimo fracaso. Lo demuestran dos hechos: los hijos que han nacido en estos casi 40 años. Y el amor de un público, este sí, fiel en la salud y en la enfermedad. Sobre todo en esto último.

Así, hemos pasado de la dictadura de un militar, a militar —casi— en la dictadura del drama. Nos va sufrir. Abrirnos las carnes. Cómo si no se explica que acuda público de todas las clases sociales a que le lancen el corazón a la cara. Y si no, escuche: “¿Por qué aún sientes dentro de tu pecho todos los latidos de mi cuerpo? ¿Por qué no dejo de sentir que todavía formas parte de mi piel? ¿Por qué decides que te quieres volver loca cuando yo me he vuelto cuerdo? ¿Por qué intentamos avanzar mirando de reojo lo que pudo ser?”.

El cantautor, Luis Pastor.
El cantautor, Luis Pastor.Santi Burgos

Quien se desangra es Marwan; la enésima confirmación de que los escritores de canciones en España no tienen cuerdas en su guitarra, sino venas. Este cantautor, de 34 años y con cuatro discos en el mercado, lleva 11 tratando de encontrar una respuesta a eso que las estadísticas de rupturas y separaciones del Consejo General del Poder Judicial no explican: ¿en qué momento dejamos de ser nosotros para ser, simplemente, tú y yo? La eterna pregunta, vaya, sobre si el amor caduca o se estropea a temperatura ambiente: fuera de los poemas y las canciones.

Veintiún siglos después, la cuestión sigue dando de qué hablar. Y qué cantar en salas como Libertad 8. Situada en la calle homónima, esta antigua vaquería del siglo XIX conserva el mismo suelo de granito y barro de entonces. El músico que acude aquí lo hace con la esperanza de fraguar en el escenario de este local su carrera musical. O en su defecto, moldearla. Hay antecedentes: Pedro Guerra; Ismael Serrano; Rosana; Quique González, Jorge Drexler… “Cuando ganó el Oscar [a la mejor canción en 2005 por Al otro lado del río incluida en la película Diarios de motocicleta], vino aquí y lo estuvimos manoseando. Pasándonoslo de mano en mano”. Julián Herraiz lleva más de 20 años al frente de este bar, considerado por muchos como la cuna de los cantautores. Desde 1993, este local ofrece una actuación escénica diaria. Su dueño calcula que pueden dar al año unos 300 conciertos. Entre músicos noveles y conocidos. “Rosana dio aquí su primer concierto en un local con público. ¡Y el revuelo que causaba Pedro Guerra! A partir de él, empezamos a hacer una programación diaria”, concreta Herraiz.

La ruta de la nostalgia en Madrid

Decía Larra que "escribir en Madrid es llorar. Es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta". Pero cantar es otra cosa. En Madrid, hay varios lugares donde encontrar esa voz angustiada. Versión jazz como en Clamores —32 años dando la nota— o más lánguidos como El Rincón del Arte Nuevo, en la calle de Segovia, 17. A este local, con un aforo de 50 personas, llegó en su día un joven Joaquín Sabina, acompañado de su novia de entonces, para ver si podía —¡si podía!— cantar las canciones de su segundo disco, Malas compañías. Lo cuenta orgulloso su propietario, Juan Garvía, 35 años después de abrir esta sala con el objetivo de dar una oportunidad a artistas emergentes. Como Juan y Eva. Amaral para los fans. O Quique González, que le regaló los oídos en la penumbra de este local a Enrique Urquijo con su celebrado Aunque tú no lo sepas. El Rincón se da un aire al mítico The Cavern, donde se estrenaron los Beatles; con el permiso histórico de Hamburgo. En el Búho Real (Regueros, 5) han despegado sus alas otra pléyade de cantautores: Bebe, Carlos Chaouen, Vicky Gastelo, Rebeca Jiménez, Conchita o Pablo Alborán, entre otros. El local, con capacidad para unas 90 personas, lleva cerca de 30 años desplumando a la nostalgia. Lo normal, apuntan desde Libertad 8, es que estos artistas empiecen allí o en ese local y luego den el salto a Clamores y Galileo; para acabar después en los teatros. Y de ahí a la memoria sentimental.

El local invita al intimismo. Luz tenue. Mesas de madera. Y el sonido de una guitarra acústica de fondo. Dentro caben unas 60 personas. El público está a metro y medio del escenario. Pero Marwan dice que no estaba nervioso el día que debutó. Aquí estrenó sus primeras canciones como Mi paracaídas: “¿Y ahora, dime, quién va a ser mi otro cuerpo, mi otra piel, mi equilibro, mi equipaje? ¿Y quién será Penélope cuando este tonto se vaya de viaje?”.

“La tristeza”, sugiere este cantautor, “es más fotogénica. Pero eso no significa que me guste regodearme”. Como ejemplo, desliza la letra de la última canción que ha compuesto: La vuelta al mundo contigo. Una de sus estrofas dice: “Lo que quiero es verte libre en Cuba y darte paz en Bagdad. Y si no hay avión, te sentarás en mi ombligo y sobrevolaremos juntos la soledad”.

“Lo que mueve el mundo es el amor, pero sobre todo el desamor”. Lucas interrumpe la prueba de sonido para lanzar esta proclama que resuena con eco en las paredes de Libertad 8. Esa noche tiene concierto. Actuará bajo el seudónimo de Pez Mago, su último proyecto musical. En el suelo descansa su guitarra y en su cuello una armónica anclada con un aparataje. A lo Bob Dylan. No necesita más. Frente a él hay una pianola que, según Herraiz, el dueño, tiene 100 años: “Suena perfecta”. El sonido de Lucas, de 42 años, es más folk, más pegado al country. Este músico no reniega de la etiqueta de cantautor. “Aunque adaptado a los nuevos tiempos”, matiza. Sobre el drama, confiesa: “Hoy en día es difícil tener una relación de pareja y que funcione”. Dos horas más tarde, su padre aplaude en primera fila emocionado: “Me muero por vivir alojado para siempre en tu cabeza”. Es miércoles y la sala rebosa.

Escenario de la sala Libertad 8 instantes antes de la actuación de Pez Mago.
Escenario de la sala Libertad 8 instantes antes de la actuación de Pez Mago. Samuel Sánchez

“Cuando empezó Ismael Serrano venían a verle unas 40 personas”, recuerda Ángel Viejo, gerente de la sala Galileo. Esa mañana el teléfono no para de sonar. Hay varios conciertos en el horizonte: en unas horas, Luis Pastor. Y la próxima semana, Coque Malla; Carlos Chaouen; o el propio Marwan. El local, situado en el número 100 de la calle de Galileo, recuerda a un gran teatro griego. “Eran los cines Galileo”, precisa Viejo. “Cogimos el local en 1983 y en 1985 abrimos al público tras reformarlo e insonorizarlo”. La obra le salió redonda; la sala está considerada por la mayoría de los músicos que actúan en ella como el templo de la música. Su dueño dice que se gasta alrededor de 120.000 euros en luces y sonido. Las entradas no suelen exceder los 15 euros. En Libertad 8 se cobra un suplemento en la bebida que va desde los tres euros a los siete en función de quién actúe.

Ambos locales comparten artistas, pero se las ingenian para que no coincidan. “En un año, podemos dar unos 400 conciertos”, calcula el dueño de Galileo. Dentro caben unas 500 personas. A lo largo de sus 28 años, este antiguo cine ha proyectado varios finales alternativos. Como en Casablanca, por ejemplo: “Que no haya más despedidas, que no eres Ilsa Lund ni yo Rick Blaine, ni yo soy tan idiota, no te dejaría ir con él”.

¿Qué queda de la Mandrágora?

Fue, tal vez, el primer local de música en vivo de Madrid. Por su sótano pasaron la flor y nata de la época como Joaquín Sabina, que junto a Javier Krahe y Alberto Pérez formaron un trío irrepetible. Hoy la Mandrágora sigue estando en el 42 de la Cava Baja, pero es Lamiak: una taberna de cocina vasca. De sus fogones salen, en fin, otros humos. El sótano no se usa. Aunque se hacen exposiciones en la parte de arriba.

A Ismael Serrano, autor de esta letra, le siguen ahora más personas que cuando empezó. ¿Y todos estos artistas que han triunfado vuelven? “Algunos, sí, como Los Secretos. Ismael no hace conciertos exclusivos, pero sí colabora. También viene la banda de Sabina cuando no están de gira y el público sube a cantar con ellos”. Las noches sabineras. Todo un espectáculo. Como lo era ver a Antonio Vega subido a la tarima.

Germán Pérez es socio de Viejo y recuerda que cuando el autor de Se dejaba llevar actuaba en Clamores —la sala de jazz que ambos tienen en común en la calle de Alburquerque, 14—, el local superaba, de lejos, su aforo de 300 personas: “Iba cuatro veces al año y llegaba siempre tarde, pero el público se enfadaba con nosotros y no con él. Luego Antonio bajaba por las escaleras y se olvidaban del cabreo. Era un genio”. Su colega lo corrobora: “Nunca era puntual, pero el espectáculo era clamoroso como el que daban Labordeta o Enrique Urquijo. O ahora mismo Marwan y Luis Ramiro.

Este dúo llenó en 2010 la sala Joy Eslava (Arenal, 11). ¿El secreto? “El estilo intimista gusta. La gente necesita de ese sentimiento. A veces es bueno recordar cosas bonitas que te han pasado. La nostalgia no siempre es mala; muchas veces es una tristeza dulce”, pontifica Ramiro, de 37 años y con cuatro discos editados. Una de sus últimas canciones surgió una tarde en la pianola de Libertad 8. Bajo su responsabilidad: “Yo sé que estarás bien. Muy pronto alguien ocupará mi espacio en tu cama, te abrazará como mereces cada mañana y escribirá en tu piel todo lo que nunca hice bien”.

La banda de blues Red House en Clamores junto a Lou Marini.
La banda de blues Red House en Clamores junto a Lou Marini.Samuel Sánchez

Ah, el desamor. Aunque a tenor de la bajada del consumo de bebidas espirituosas —según los dueños de Libertad, Galileo y Clamores— cabe pensar que la gente ya no bebe para olvidar. La subida de un 21% del IVA cultural tiene mucho que ver. Aparte de la crisis. Desde su inicio, han cerrado en Madrid 800 locales de los 4.500 que hay, según cálculos de Elena Mozo, coordinadora de La Noche en Vivo. Esta asociación aglutina a 44 salas de música en directo (el 80% del total). La estampa, sin el humo y la clandestinidad, es más sobria. Pero el género de la música de autor resiste. Y, ojo, que no todo es drama ni cuchillas sangrantes.

Un detalle de la sala Libertad 8.
Un detalle de la sala Libertad 8.Samuel Sánchez

En Clamores la pena chasquea los dedos al ritmo de Lou Marini, fundador de los Blues Brothers, y la Red House. La entrada cuesta 10 euros (cinco para estudiantes). Casi al mismo tiempo, y en la otra esquina de Madrid, Luis Pastor firma ejemplares de su disco En esta esquina del tiempo, tras haber abarrotado la sala Galileo acompañado de su mujer, Lourdes Guerra, hermana de Pedro Guerra.

A sus 61 años, Pastor conserva aún su media melena y el discurso. Asegura que las casas de discos “se forraron con la canción política”. Aunque la primera canción que compuso en su vida tenía, sin embargo, temática amorosa. “Se llamaba Hace falta saber y era malísima”, reconoce con una sonrisa. No estaba en su repertorio, pero en la sala ha surgido la chispa, igualmente. Carmen y Carlos, de 54 y 44 años, no se veían desde hacía dos años. Se han reencontrado en el concierto de Luis Pastor. Él, más apocado, deja que hable ella: “Esta noche el amor está por surgir”. Y con él, la enésima letra al uso. En inglés se dice love. En castellano es ya veremos.

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