El barquero que mueve dos aldeas
Un ferry en Portodemouros conecta cada día, desde hace más de 30 años, a unos 200 vecinos que quedaron aislados
Huele a menta. Al llegar al embalse de Portodemouros, que hace frontera entre las provincias de Pontevedra y A Coruña, solo hay eucaliptos, huertas y pinos. El lugar está completamente desierto, exceptuando las pequeñas localidades de Loño y Beigondo —200 habitantes, entre ambas—, que quedaron aisladas por el enorme pantano. La cobertura del móvil desaparece. Pese al agua, el viaje no termina aquí. Si uno quiere continuar, puede. Debe tocar la bocina del vehículo un par de veces e inmediatamente un ferry blanco con aspecto de barco pesquero, le irá a recoger para cruzar a la orilla de enfrente, a 600 metros de distancia. “Ya conocemos los vehículos que suelen atravesar el embalse. Ellos ya no tienen ni que pitar”, cuenta Luis Sánchez Moscoso, uno de los diez “barqueros” que trabajan conectando a vecinos y turistas entre las dos provincias.
Azulón Primero, como se llama la barcaza de unos 12 metros de eslora, lleva trabajando allí más de 30 años y saca de su aislamiento a unos 200 habitantes que viven por la zona. El servicio es gratuito y funciona los 365 días del año durante las 24 horas del día. “En invierno llueve mucho, se hace muy duro”, admite Luis mientras anota en una hoja la matrícula de los coches y la hora exacta a la que embarcan. A tan solo una hora hacia el este de Santiago, una presa levantada en 1968 frena el caudal del río Ulla, que nace en la provincia de Lugo y muere en la ría de Arousa, formando uno de los pantanos más grandes y céntricos de Galicia y que ahoga dos pueblos bajo sus aguas. Actualmente, más de 20.000 habitantes viven en los alrededores pero son 170 personas, de Loño y Beigondo, las que quedaron incomunicadas con el agua del pantano y las que, gracias a este ferry, tienen una peculiar forma de salir de su aldea. Muchos de ellos trabajan en localidades al otro lado de Portodemouros y, hasta que Azulón Primero entró a operar en 1977, los vecinos tenían que rodear el pantano, lo que les llevaba más de media hora y el coste adicional de la gasolina. “Son 30 kilómetros” comenta desde el asiento trasero de un coche una chica de 20 años que se dirige a Loño. “De noche también cogemos este camino. Ya nunca vamos por la carretera porque se pierde mucho tiempo”, añade. Hoy, gracias a la embarcación que soporta hasta 20 toneladas por viaje, tardan apenas tres minutos. “A mí me gusta el ferry. Lo prefiero a un puente o a la carretera, además ya me he acostumbrado”, comenta Miguel Vázquez, un joven obrero que lleva tres años surcando el pantano en un camión lleno de escombros.
Según Luis Sánchez, uno de los tres coordinadores que cuidan de la barcaza, actualmente no hay puentes porque es mucho más caro. Según los operarios, antiguamente había dos pero se derrumbaban cada vez que subía el nivel del agua debido a las fuertes lluvias. “Si se hubiera construido un puente hace 30 años, aún estaríamos pagándolo”, explica convencido. Insiste en que los 3.000 litros de gasolina que consume Azul Primero cada vez que repostan —una o dos veces al mes, según la época— compensan la ausencia de otras infraestructuras. En verano, el tráfico es constante —sobre 50 viajes diarios—, pero en invierno el servicio disminuye y los trayectos no superan la decena. “Somos el único servicio que cuanto menos hagamos, más ganamos”, ríe el capitán.
Fenosa es la empresa que se encarga del mantenimiento del ferry y Eulen —una empresa de servicios con sede en Madrid—, la subcontrata de la que dependen los diez operarios que, en turnos de ocho horas, custodian por parejas la embarcación. El origen del nombre es desconocido, aunque por su matrícula: AG001, Luis se atreve a afirmar que se trata del primer barco de Augas de Galicia con identificación. Y, aunque sufre bastante en invierno, aún no lo han sustituido. “Solo ha sufrido alguna que otra reparación”, comentan sus tripulantes. “Nada más que lo ampliaron”. La cubierta es de dos verdes diferentes porque los mecánicos cortaron la superficie, donde van los coches enfilados, por la mitad y añadieron una plataforma de 5,5 metros de longitud que después soldaron a las otras dos partes del barco. “Es que ahora los camiones y tractores son mucho más grandes que antes”, explica Luis. “Pero no hemos cambiado de ferry nunca”, insiste orgulloso.
Luis es de Arzúa (A Coruña), uno de los municipios afectados —o que se beneficia, según se mire— por el ferry. Antes trabajaba en una piscifactoría pero hace ya 27 años decidió cambiar el rumbo y ponerse a los mandos de Azulón Primero. “Es un poco aburrido”, confiesa. Pero desde el despacho que hay junto a la cabina del conductor, algo escondida y entre papeles, se advierte una radio. ¿Cómo matan el tiempo? “También hay tele, contesta entre risas”. Para intentar darle vida al entorno y sacarle partido, los municipios cercanos al embalse montaron un bar. “Duró dos telediarios”, comenta el compañero de Luis, que prefiere no dar su nombre. “No tenía ni luz ni agua corriente”, explican desde la cubierta del ferry donde el sol de agosto golpea fuerte. Cuentan que, aun así, los propietarios alumbraban la caseta —que está del lado ponevedrés— con velas y canalizaban el agua del pantano. Hoy quedan aún los restos. Una barra de madera y un par de estanterías vacías se deterioran mientras que Azul Primero es el medio de transporte más necesario para esos 200 vecinos escasos.
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