El concierto como ritual
La Schubertíada es un festival raro que no se parece a ningún otro. Cuando todos los festivales de verano cierran, la Schubertíada, abre. Es el after hoursde la clásica en verano y así no compite con nadie. La estrategia parece arriesgada, casi suicida, pero hace más de veinte años que funciona. La rareza de la Schubertíada sigue en el modelo. Cuando todos apuestan frenéticamente por la renovación aún a costa de perder la identidad, la Schubertíada apuesta por la continuidad: presentar cada año artistas nuevos pero centrar el grueso de la programación en artistas y programas conocidos por un público fiel, que se renueva lentamente y que no muestra signos de fatiga.
Así las cosas, algunos conciertos de la Schubertíada toman a menudo el aspecto de un ritual que produce una confortable ilusión de permanencia.
El que nos ocupa fue uno de esos conciertos-ritual en donde los de siempre, nos reunimos donde siempre (la Canónica de Santa Maria de Vilabertran) para escuchar a unos viejos amigos (el Cuarteto Casals y el violoncelista Eckart Runge), tocando lo de siempre, en este caso, volviendo a tocar el sobrecogedor Quinteto en Do Mayor D.956 de Schuert, que ya habían tocado en otra ocasión.
Quartet Casals y Eckart Runge
Obras de Mozart, Shostakóvitch y Schubert. Schubertíada de Vilabertran. Vilabertran (Girona). 23 de agosto.
El resultado, como siempre: al final de la soberbia pieza, una de las últimas, sino la última, partitura terminada por Schubert y la cima de la música de cámara del autor, apoteosis con el público puesto en pie y los artistas empapados (Vilabertran no gasta aire acondicionado) saludando agradecidos a un público que saben especial y único.
De teloneros de lujo habían oficiado Mozart con su Cuarteto K.387 que quedó muy bien, pero no soberbio, pues no es el de Salzburgo el autor que mejor controlan los Casals y Shostakovitch y su Cuarteto núm. 11 Op.122, que les quedó imponente pues al camarada Dmitri le tienen bien tomadas las medidas de sus complejidades, ambigüedades y recovecos desde el principio de su carrera.
Schubert quedó superior, Eckart Runge estaba perfectamente integrado en el cuarteto, la temperatura expresiva era alta, en el límite de lo que permite el estilo. Vera Martínez, desde el primer violín, ocasionalmente pasó de la tensión a la crispación, como si liberara fuerzas que apenas podía controlar. El público ejemplar de Vilabertran estaba en vilo, en silencio absoluto, cautivado, atento a como acabaría la batalla.
Acabó por fin el Quinteto, todos estábamos exhaustos, el ritual se había oficiado una vez más.
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