Víctor y la hamburguesa de Frankenstein
La compañía granadina La Butaca Vacía representa una versión musical de gran formato de la novela de Mary Shelley
El primer cine de terror (Nosferatu, Doctor Caligari, El Golem) nace en Alemania, de la confluencia entre su oscura tradición romántica y el doble destrozo causado por su derrota en la I Guerra Mundial y por la imposición de unas reparaciones de guerra que en cuatro años multiplicaron la inflación por 250 millones (la cañita de pilsen se puso a tres mil millones de marcos) y condenaron a los asalariados a la miseria. La codicia de los vencedores aventó monstruos, también fuera del celuloide: Hitler, Mengele Goebbels… La crisis financiera, política y laboral de hogaño ha traído un renacer del género. En nuestros escenarios se prodigan chupasangres y sacamantecas (La vampira del Raval, la Báthory de Vuelta de Tuerca, el Drácula de la Companhia do Chapitó, el del CDN y el del Marquina), licántropos (el paródico Hombre lobo andalú, de Ferrán Peña, y El lobizón de tras la sierra argentino) y puzzles ambulantes, como la criatura del Frankenstein de Tambascio y la de este que la joven y entusiasta compañía granadina La Butaca Vacía está defendiendo a capa y espada.
Frankenstein
A partir de la novela de Mary Shelley. Libreto: Myriam Carrascosa. Música: Santiago Martín Arnedo. Intérpretes: José Antonio Riazzo, Julián D. Salguero, Samuel González, Allende Blanco, Cristina Carrascosa, Anasun Carmona…Vestuario: José Antonio Riazzo. Compañía: La Butaca Vacía. Teatro Nuevo Apolo. Hasta el 18 de agosto.
Tales monstruos, nacidos de miedos atávicos en sociedades agrarias, debieran sufrir una actualización pronta, o ceder el paso a otros. Hoy, lo que da pavor es que los anglosajones hagan realidad diaria el Gran Hermano de Orwell, con su cribado de miles de millones de comunicaciones de los ciudadanos de países aliados; esa primera hamburguesa de células madre, que tan inquietantemente recuerda al Soleyn Green con que las élites alimentan a los comunes en Cuando el destino nos alcance, y que la Comunidad de Madrid haya vendido 3.000 viviendas sociales a 66.000 euros la unidad (en el mercado andan tres veces más caras) a un fondo de Goldman Sachs, cosa que en adelante nos hará prestar más oído a los defensores de teorías conspirativas.
La recreación de gran formato, pero voluntariosa y modesta, que La Butaca Vacía hace de la novela de Mary Shelley, emula el modelo de los grandes musicales anglosajones con los medios de una compañía no profesionalizada, bastante mejor dotada en lo canoro que en lo dramático, y produce la sensación continua de estar viendo algo hecho a la manera de: su meritoria partitura está en el estilo de otras muchas, su decorado reúne todos los lugares comunes del género gótico, su coro de personajes alienados está construido sobre una colección de tópicos de la locura… La compañía andaluza se quedó a medio camino: podría sacarle más jugo a su ímproba labor si invirtiera tanto talento incipiente, tiempo y empeño en abordar producciones más a su alcance (de formato medio o de cámara), con un buen trío de instrumentistas en vivo, o un buen pianista.
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