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FESTIVAL DE TORROELLA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lo último en barrocos

La Freiburger está en la cresta de la ola, su agenda es impresionante El Bach de la Freiburger es moderno, ha ido al gimnasio, está más delgado

Nada permanece, todo cambia. La permanencia, la estabilidad, uno de los puntos fuertes de la música clásica también es una ilusión. Uno se cría con Bach, con sus conciertos para violín, por ejemplo, y en la mente se crea una imagen de cómo suenan esas obras. Cincuenta años más tarde las vuelve a escuchar y le parece estar ante unas obras totalmente distintas. Y todas eran buenas.

Hace sesenta años este repertorio era patrimonio de las grandes orquestas sinfónicas, después vinieron las primeras orquestas más o menos especializadas, ahora es el momento de la Freiburger Barockorchester, ellos son el paradigma, “lo último” en barrocos o, si se quiere, aunque suene fatal, el barroco más fashion.

La Freiburger está en la cresta de la ola, su agenda es impresionante. A destacar en ella compromisos que nos afectan como el estreno mundial en mayo, en Munich, de la ópera de cámara del compositor barcelonés Héctor Parra, que en la próxima temporada se ponga en varias ocasiones a las órdenes del director Pablo Heras-Casado o que en diciembre presente en Barcelona, en el Palau de la Música, unas Nozze di Figaro con Rene Jacobs.

El conjunto alemán, que lideran conjuntamente desde el puesto de concertino Petra Müllejans i Gottfried von der Goltz, pasó por el Festival de Torroella para presentar un programa que incluía las obras que figuran en su ultimo disco: conciertos para violín de Bach, completados, para la ocasión, con obras de Vivaldi, la obertura de la ópera L’Olimpiade y la Sinfonia Al santo sepolcro.

El Bach de la Freiburger es moderno, ha ido al gimnasio, está más delgado —quince músicos en total— está en forma, suena nervioso, agitado y ha superado bastantes tabúes, por ejemplo, ya no se avergüenza de incluir grandes contrastes dinámicos dentro de una misma frase o de adornar repeticiones con graciosos arabescos, procedimientos que hace cincuenta años habrían sido considerados pecaminosamente “amanerados” e impropios de Bach. La Freiburger convenció más como orquesta, resultando un conjunto disciplinado, atrevido y expresivo, que a través de sus solistas: Petra Müllejans en el Concierto núm. 1 BWV 1041, Gottfried von der Goltz en el Concierto núm. 2 BWV 1042, Müllejans y Goltz en el Concierto para dos violines BWV 1043 y los citados más Beatrix Hülseman en el Concierto para tres violines 1043R, una obra reconstruida a partir del concierto para tres claves supuestamente basado, a su vez, en un concierto anterior para tres violines hoy perdido. Los solistas, valga la paradoja, no estaban suficientemente “solos”, no destacaban y a menudo eran engullidos por el sonido orquestal. Cada época tiene su Bach, el de la nuestra lleva el sello Freiburger.

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