Amor para todos los públicos
Pablo Alborán seduce todo tipo de sensibilidades en Cap Roig
Resultaba asombroso. Pablo Alborán cantaba y sus letras eran musitadas por un caballero de cincuenta años largos con polo deportivo de vocación juvenil y cuello erguido estilo Cantona junto a delator mocasín náutico, mientras su pareja, reencarnación de Nefertiti enjoyada para una ceremonia, ponía los ojos casi tan en blanco como la casaca que realzaba su bronceado Begur. La escena se multiplicaba. Un grupo de jubilados agitaba los brazos al aire con el mismo afán que sus hipotéticas nietas, cuya jovial algarabía se traducía en un griterío agudo aunque educado, no fuese tapara la voz de Pablo. Clase media, clase alta, abuelas, madres con hijas en edad de ser pretendidas, pijos, currantes, parejas atortoladas de toda vocación sexual: ¡caray! parecía un resumen sociológico de la Cataluña actual, un Arca de Noé donde sólo se echaba en falta, se entiende, a chinos, pakistaníes y demás inmigrantes. Por no faltar no faltó ni Tito Vilanova. En un informativo de televisión o radio se diría que Pablo Alborán evidenciaba su “transversalidad”. Dicho en román paladino, Pablo Alborán es artista para todos los públicos. En sentido radicalmente estricto. Asombroso.
Porque sus letras hablan de amor. Con esta temática no se entiende la amplitud de su público, ya se sabe que eso del amor puede ser un recuerdo, a veces con comezón incorporada, a partir de cierto número de divorcios o de años de roce. ¿Qué explica entonces el éxito del malagueño? Aquí ya tendría que hablar cada uno de los espectadores que le auparon al triunfo en Cap Roig, en el primero de los dos conciertos que ofreció en este festival. Lo único indiscutible es que Pablo Alborán no parece estacional y a poco que cuide su carrera ésta ofrece visos de solidez y límites tan lejanos como una jubilación honrosa. Y en tan sólo tres años de trabajo, en su caso símil de éxito arrollador.
¿Qué ofreció Pablo Alborán en Cap Roig? Pues un concierto no tan repleto de baladas como se podía pensar, o mejor dicho, repertorio de baladas no opiáceas y cursilonas, con medios tiempos y piezas también rítmicas, orladas por toda una serie de arreglos que acentuaban la versatilidad del cancionero. Reducido Pablo Alborán al restrictivo mundo de las comparaciones, podría decirse que cantó temas que podría hacer suyos Alejandro Sanz –“Solamente tú”-, unos Último de la Fila/Manolo García estilizados –“Caramelo”, “No te olvidaré”- e incluso Carlos Cano –“El beso”, “Seré”-. Música meridional levemente aflamencada, con arreglos, más en disco que en directo, inusuales, defendida por un joven con perfil facial tipo Ben Affleck que llega nítido pese a que su movilidad y gestualidad escénicas son bastante rudimentarias –piernas abiertas flexionadas con cierta vulgaridad, taconeo rítmico tirando a patoso y poca traza en las manos-. En el fondo tonterías que no mellan, según cómo incluso incrementan, la personalidad de un artista tirando a insólito que realmente gusta a todo el mundo. O, mejor dicho, a gente de todo tipo gracias a conciertos tan solventes y entretenidos como el realizado en Cap Roig.
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