Mociones que apestan

Empieza a no valer la pena preguntarse cuál es la densidad, anchura y longitud de las tan pregonadas líneas rojas o la elasticidad de la tolerancia cero que el presidente Alberto Fabra y su equipo han establecido en su particular combate contra la corrupción que anida en el Partido Popular, su partido. Escapar de los medios de comunicación para no responder a cuestiones incómodas referentes a las denuncias formuladas contra su consejero de Gobernación y Justicia, además de secretario general del PP, Serafín Castellano, o a las investigaciones abiertas por la dirección de Bankia para establecer si el grupo de la familia Cotino recibió algún trato de favor, no ayudan a fortalecer la imagen de transparencia que, con tanto tesón como escaso éxito, predica el vicepresidente del Consell, José Ciscar, desde el púlpito al que se encarama todos los viernes tras los plenos del Gobierno valenciano.

Pero aún siendo este escapismo una evidencia de su inseguridad, peor es que consienta la presentación de mociones de censura como la de ayer en Orihuela (La Vega Baja). La esquizofrenia de la dirección del PP, negando a Mónica Lorente la idoneidad para encabezar la moción de censura por estar imputada en el caso Brugal, pero no para ser vicepresidenta de la Diputación de Alicante o para avalar con su firma —junto a las de otros tres imputados, más un condenado en firme por violencia de género— la moción de censura debería formar parte de los manuales de psiquiatría más que del análisis político. Pero es lo que Fabra quiere o tolera. Hay que tener lo que hay que tener para consentir que estos cuatro concejales con el pasado que tienen a sus espaldas censuren al único alcalde de Orihuela que no se ha visto salpicado por ningún escándalo en los últimos 25 años. La moción apesta a basura. Y Fabra lo sabe, o debería saberlo.

La mayor parte de las mociones de censura huelen mal. Detrás de ellas, disfrazadas siempre con ropajes ideológicos o de gestión, se ocultan intereses urbanísticos, hídricos o medioambientales. El PSPV nunca superará la vergüenza de haber alcanzado la alcaldía de Benidorm de la mano de un tránsfuga. Y a Eduardo Zaplana le perseguirá hasta el fin de sus días Maruja Sánchez, una chaquetera socialista, con la que empezó de la peor manera su carrera política. Socialistas y populares no son los únicos que han alcanzado las varas de mando de forma torticera. Hay quienes las han logrado con enjuagues (Enjuagar: Aclarar y limpiar con agua, según el diccionario de la RAE) y aún hablan del PP-PSOE sin que se les caiga la cara de vergüenza. La mayoría de las mociones de censura apestan. La de Orihuela, la que más.