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ROCK | Mikal Cronin
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Joven airado y cantarín

El músico estadounidense Mikal Cronin desgrana en la sala El Sol las esencias del reciente segundo álbum, 'MCII'

La sala El Sol ha programado poco pero bien en julio, con vistas al Pacífico. Si el mes arrancaba con las prístinas armonías de Jonathan Wilson, anoche era el turno de esa otra California más afilada y garajera de Mikal Cronin, que encuentra la equidistancia entre melodía y distorsión como solo algunos grandes de los noventa (Sloan, Matthew Sweet) supieron hacerlo. Cronin solo suma 27 años y dos álbumes, se ha criado en el regazo de Ty Segall y podríamos imaginarlo airado y rebelde. Pero delante del micrófono aflora también ese surfero cantarín que lleva dentro.

En realidad, la dosis de electricidad y mala baba corrió a cargo del dúo madrileño His Majesty the King, versión invertida de White Stripes: ella desgañitándose, él cincelando los bíceps a golpes con la batería. Cuando Cronin subió a la tarima, a las 23.20, El Sol se encontraba casi repleto y en ebullición, muy receptivo. Incluso a ese arranque engañoso de Is it alright, que ofrece una estrofa blandurria antes de convertirse en bullanguera. O Situation, dos fulminantes minutos de guitarras chirriantes, pero con melodía y segundas voces. Puro power pop.

A la tercera y no menos fulminante

A la tercera y no menos fulminante pieza, Mikal ya había destrozado una cuerda de la guitarra desde su extremo del escenario, mientras el bajista, que ocupa la posición central, le dedicaba una mirada de póquer. Las esencias del reciente segundo álbum, MCII, comienzan a desgranarse con la ya abiertamente contagiosa Am I wrong y la ejemplar Weight: pegadiza, soleada, euforizante y con una interrupción del ritmo en mitad de la estrofa que la hace irresistible.

Hay casi siempre pop y las más de las veces power en la música de Cronin, que incluso maneja con solvencia (The way things go) el siempre arriesgado recurso del falsete. Pero todo sería mucho más gozoso si el cantante se elevara con un mínimo de nitidez sobre la tormenta eléctrica. Llegados a este punto, el decálogo del garaje se impone y a Mikal no hay manera de entenderle, así tengamos letras y diccionario delante de nuestras narices.

En mitad de la noche llegaron See it my way —que enseña la dentadura pero regala un estribillo para el tarareo, como Nirvana— y Shout it go, un zambombazo de vitalidad pura. Y en esas reparamos en ese público veinteañero y saltarín que tan difícil resulta localizar en julio, pero que anoche se concedió una fiesta de 55 minutos. El pop ruidoso en cápsulas de tres minutos sabe a gloria antes de enfilar el éxodo playero.

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