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CRÍTICA

Vidas errantes

El CCCB acoge dos propuestas escénicas desiguales dentro del Festival Grec

Los componentes de la obra 'Jo mai'.
Los componentes de la obra 'Jo mai'.HELIO REGUERA

Con intermitencias y con más o menos implicación, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona lleva años colaborando con el Festival Grec acogiendo propuestas escénicas de su programación. En esta edición, las dos entidades han iniciado una nueva alianza basada en un conjunto de actividades paralelas a los espectáculos del Grec que se presentan en el teatro del CCCB. Nada que ver, sin embargo, con el Festival InMotion que dirigió la activista multidisciplinar Simona Levi —esa efervescencia, ese querer estar en dos sitios a la vez, ese lo que haga falta por hacerse con un rincón— en lo que fue la época dorada de colaboración entre unos y otros.

Así ha podido verse lo último de Iván Morales, Jo mai, un estreno muy esperado debido al éxito de su montaje anterior, Sé de un lugar. Si aquel se centraba en la pareja y en la posibilidad de amor después del amor, este se centra en la amistad y en la posibilidad de familia más allá de la consanguínea.

JO MAI / MONTALDO

JO MAI

Autoría y dirección: Iván Morales

Intérpretes: Marcel Borràs, Laura Cabello, Àlex Monner, Oriol Pla y Xavi Sáez

MONTALDO

Creación, dramaturgia, dirección e interpretación: Ernesto Collado

Teatre del CCCB, Barcelona

Jo mai es una historia extrema de adolescentes periféricos que encuentran, en un bar abandonado, lo más parecido al hogar que nunca tuvieron. Amparo, el simbólico nombre del bar en cuestión, es, más que un punto de encuentro, su refugio. En él cantan, bailan y recurren al “Yo nunca”, ese juego para beber y conocerse mejor que da título al montaje y que ha sido explotado en varias series televisivas. El rock, el rap y los modismos propios de los jóvenes marcan un relato trágico y algo dilatado (dos horas), cuya mejor baza es la traslación del radicalismo, de la urgencia desesperada, y por lo tanto dramática, del blanco o negro a muerte propios de los jóvenes.

Ernesto Collado, por su parte, presentó Montaldo, una fábula inspirada en la comunidad utópica que intentaron crear sin éxito un grupo de socialistas europeos influidos por las teorías del filósofo Etienne Cabet, fundador del movimiento icariano, en Texas a mediados del XIX. La propuesta toma el nombre de uno de los españoles que, al parecer, formaron parte de esta expedición, un tal Ignasi Montaldo, tipo mudo que se comunicaba a través de una libreta y que un día desapareció entre los indios sin dejar rastro.

Entre la ficción documental y la performance, Collado aborda la tarea de contarnos su búsqueda de ese rastro perdido; un road-tale salpicado por sus cuitas a lo largo y ancho del estado de Texas. Armadillos, gasolineras, rodeos, peleas, el abrazo de una joven sin brazos o una mini diatriba contra la exposición pornográfica de sentimientos conforman una historia tan insólita como irregular. Él solito llena el escenario con su presencia, su voz, sus tonos, sus gestos; se disfraza, baila, juega, parece improvisar. Los artilugios y efectos que le acompañan están al servicio de su exposición, pero ésta está al servicio de dos fracasos, el del sueño colectivo de los icarianos y el suyo, su búsqueda imposible. De ahí que en ocasiones el conjunto resulte un tanto forzado.

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