Fin de ciclo
El movimiento de Griñán obedece a una operación largamente meditada
La renuncia de José Griñán a la presidencia de la Junta significa algo más que el retiro más o menos precipitado, más o menos calculado, de un veterano político. Su marcha marca el fin de un ciclo. El final de una larga etapa que ha durado más de tres décadas y que no afecta solo el partido socialista.
Desaparecidos también de la primera fila Manuel Chaves, y su eterno contrincante, el multiderrotado Javier Arenas, el panorama político andaluz cambia radicalmente. A ello se suma el relevo en la dirección de IU, en donde Antonio Maíllo ocupa el cargo de coordinador regional, en sustitución de Diego Valderas. Sumemos por último la práctica desaparición del Partido Andalucista para reafirmar la impresión de que estamos ante una nueva etapa.
A Griñán y Valderas los sustituyen políticos de una nueva generación, Susana Díaz y Antonio Maíllo, respectivamente. Es muy probable que la futura presidenta Díaz no incluya en el Gobierno que formará en septiembre al actual vicepresidente Valderas. Todo indica que Maíllo querrá jugar sus propias bazas, una vez que se da por hecho que PSOE e IU renovarán el acuerdo de gobierno. Se abre “una etapa ilusionante”, afirma Valderas.
En el caso de Arenas, su apuesta fallida por el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, obligará el PP a buscar con urgencia alguien que tenga ganas de ser presidente de la Junta. El actual secretario general, José Luis Sanz, se postula para el cargo.
En unas pocas semanas, la dirigencia política andaluza se rejuvenece y no solo porque los nuevos líderes tengan unos cuantos años menos. Llega una nueva generación libre de las ataduras del pasado, sin complejos y sin el rencor e incluso odio que algunos, especialmente los que eran derrotados una y otra vez, acumulaban. Lo cual hacía muy difícil el respeto y el mínimo entendimiento mutuo exigible a quienes gobiernan y a quienes hacen oposición.
La dimisión de Griñán estaba cantada desde que convocó hace un mes las primarias. Las causas son diversas y, según quien las juzgue, resaltarán unas más que otras. La prensa conservadora, en donde se concentra más inquina hacia el socialismo gobernante desde hace tres décadas, ya ha dictaminado que Griñán se marcha acorralado por la juez Alaya.
Si así fuera, bienvenida sea su salida. Porque estaría demostrando que, en contra de lo que hicieron otros presidentes, cuando ya estaban a las puertas del juicio oral, y Griñán ni siquiera ha sido imputado (por el momento), se aferraron al sillón presidencial como escudo protector contra la ley. Recuerden a Camps.
Para observadores menos atacados de rabia, el movimiento de Griñán obedece a una operación largamente meditada y que produciría los siguientes efectos: la formación de un nuevo Gobierno ajeno al devenir de los ERE, con lo que podría marcar su agenda sin tener que mirar de reojo al juzgado de Alaya. IU no podría aguantar en un Gobierno en el que se sentara algún imputado.
En segundo lugar, se reforzaría la coalición PSOE-IU para seguir haciendo políticas de izquierda en un momento de gravísimo retroceso en los beneficios sociales, laborales e incluso éticos y morales impuestos por los ultraliberales.
En tercer lugar, la futura presidenta ha logrado algo impensable en el PSOE: unir al partido. Aunque hubiera sido preferible que las primarias terminaran en las urnas, enfrentando a varios candidatos, Susana Díaz logró el apoyo de todos los secretarios provinciales y de casi la mitad de los militantes.
Por último, están las razones “familiares y personales”. Que son verdaderamente dramáticas. Pero con las que Griñán no quiere jugar.
Elijan ustedes de todas ellas la que más le convenza. O todas, por qué no. Lo cierto es que la renovación de la clase política andaluza ha sido total. Esperemos que para bien.
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