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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Señor Lobo crea problemas

El PP, consciente de la escasa implantación orgánica de Blasco, quiere deshacerse de su incómoda presencia

Miquel Alberola

No es la primera vez que Rafael Blasco crepita sobre la parrilla a lo largo de su dilatada carrera política, pero sin ninguna duda esta es la peor, la que va a carbonizar su desmesurada ambición pública. La justicia lo ha acorralado por el supuesto desvío de fondos de cooperación a una trama que, como a Saturno sus anillos, ha orbitado su diámetro administrativo en buena parte de su singular trayectoria. Sea cual sea el veredicto de este proceso, su periplo ya se acabó y su prestigio político ha sido aplastado por la pesada lápida del descrédito.

Al renacer de sus cenizas, después de que Joan Lerma lo expulsara de la Generalitat y del PSPV por otro turbio asunto (sobreseído al ser declaradas ilegales las escuchas aportadas como prueba), Blasco protagonizó una de las hazañas más sugestivas de la política indígena. Como lazarillo de Eduardo Zaplana regresó a la primera línea y se situó en el puente de mando de un partido que, aunque acabó militando en él, nunca fue el suyo. Su talento político siempre estuvo por encima de los gobiernos de los que formó parte, pero fue insuficiente para señalarle que debió saltar de ese tren tras haber recompuesto su imagen pública sin, como todo apunta, nutrir una mafiosa malla clientelar de tubérculos con cargo al presupuesto. Al final, el animal político acabó devorándose a sí mismo por su insaciable voracidad. Al final, Rafael Blasco ha terminado dándole la razón a Joan Lerma.

Ahora el PP, consciente de la escasa implantación orgánica de Blasco, quiere deshacerse de su incómoda presencia. Ahora Alberto Fabra necesitaría otro Señor Lobo que, con la misma eficiencia que Rafael Blasco solucionó los pringosos enredos del PP cuando fue su Señor Lobo (cuando estaba a media hora del problema y llegaba en 10 minutos), lo librara de Rafael Blasco sin dejar rastro. Que le dejara el grupo parlamentario tan reluciente como Harvey Keitel dejó la casa de Jimmy y el coche de Jules y Vincent antes de que llegara su mujer en la película de Tarantino. Es decir, que Blasco hiciese de Señor Lobo consigo mismo y se llevara su escandaloso ruido fuera del área de impacto de Fabra. Pero los lobos supervivientes a las cacerías, los que han tenido que atravesar el desierto, solo huyen si les beneficia.

El PP, más allá de los desgarradores mordiscos que guarde en su resentida mandíbula, tiene un serio problema con Blasco. Ahí es donde el liderazgo y la autoridad de Fabra hacen agua, donde sus enaltecidas líneas rojas contra la corrupción se vuelven tan elásticas que se desdibujan, donde se torna incandescente el fulminante de los demás imputados, donde mejor se ve que la improvisación es la única directriz que maneja el PP. Fabra tiene la decisión tomada pero le aterra ejecutarla, teme perder su precario equilibrio con el retroceso de su descarga y eso lo paraliza. Pero esperar a que el juez abra juicio oral, teniendo en cuenta el desfase entre el tiempo político y el judicial, puede ser peor. Dice el vicepresidente del Consell, José Ciscar, como si quisiera poner distancia con los otros ocho parlamentarios imputados para garantizarse la operación, que el asunto de Blasco, al tratarse de dinero que iba destinado a los más necesitados, tiene su propia especificidad por la alarma social que suscita. Sin embargo, su tufo es tan repugnante como el del dinero público que se llevó la trama Gürtel, Brugal, Emarsa y todo el espectro de hedores que expele su bancada. Es la misma cloaca.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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