La facultativa de Olot admite que certificó una muerte sin ver el cuerpo
Otra facultativa destapó los ataques del celador al notar quemaduras en la cara de una víctima
A las cinco de la tarde la enferma llamó a la doctora de la residencia La Caritat, María Elena Tresserras. La anciana Montserrat Canalias, de 96 años, había empeorado repentinamente y acabó muriendo a las tres horas. Pero la médica no acudió a la residencia a certificar su muerte. “No tenía coche para ir”, alegó ayer Tresserras en la Audiencia de Girona, donde se juzga al celador Joan Vila por matar a 11 ancianos en La Caritat. Al día siguiente fue a la funeraria, donde estaba el cadáver, dentro del ataúd. “No la exploré”, admitió la doctora, que hizo constar “fallo multiorgánico” como causa de la muerte. Vila confesó tres meses después que mató a la mujer con un cóctel de barbitúricos. Tresserras certificó como naturales siete de los 11 asesinatos confesados por Vila. El resto de las personas murieron en el hospital.
La doctora de La Caritat, sobre la que no pesa ninguna acusación, detalló ayer cuál era el proceso para certificar la muerte de los ancianos en la residencia. Cuando alguien fallecía, se limitaba a comprobar que el cuerpo no tenía constantes vitales y a revisar su historial médico. “Que no hubiese nada raro”, aclaró.
No tenía coche para ir
justificó la especialista durante el juicio
Varias víctimas de Vila habían sido visitadas por sus familiares el mismo día que murieron y, aunque eran pacientes enfermos y dependientes, su estado de salud no parecía revestir un peligro inminente. Fallecieron repentinamente. Pero eso no despertó sospechas en la doctora ni el resto del personal sanitario del centro.
“Una persona joven sí que sorprende que muera de golpe, pero en una persona mayor es esperable”, justificó la médica. “¿Es normal que la gente muera de un día a otro?”, rebatió el abogado Jaume Dalmau, que representa la acusación particular de cinco de las familias de las víctimas. “Hay casos de todo; hay gente que se muere de una forma repentina”, respondió Tresserras, que justificó que no está de guardia las 24 horas en la La Caritat. “No es mi obligación”, se excusó, y contó que está contratada cinco horas semanales, pero que tiene un “acuerdo verbal” por el que las enfermeras pueden llamarla cuando la situación empeora.
Cuando alguien fallecía, se limitaba a revisar su historial médico
Ni siquiera en el caso de Carmen Vilanova, que es la abuela de su cuñada, miró una aparente trombosis en la zona de la ingle. “No caí”, admitió. La doctora hizo constar de nuevo como causa de la muerte “fallo multiorgánico”. Vila confesó también que la mató con un cóctel de barbitúricos.
A otra de las víctimas, Rosa Baburés, la doctora y las enfermeras decidieron no trasladarla al hospital. Estaba “comatosa” y la semana anterior a su muerte había sufrido una insuficiencia cardíaca. “Si se tenía que morir, que muriese en la residencia, que era su casa”, alegó la médica.
A Joan Vila le desenmascaró la anciana Paquita Gironès, su última víctima. “Creo que hubo una rebeldía, una pelea”, explicó la doctora responsable del hospital Sant Jaume, de Olot, Josefina Felisart, donde la derivaron. La anciana tenía quemaduras en el escote y en la cara. Felisart también le vio un hematoma en la cara. Todo ello le hizo pensar que la habían matado y se negó a firmar como natural su muerte.
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