Un presidente en busca de proyecto
El responsable del PPCV ha dado pasos contra la corrupción pero sigue sin influencia en Madrid
El PP siempre ha considerado sus congresos, aniversarios y convenciones como puntos de inflexión. Estos eventos sirven para que los cargos públicos y la militancia tomen aire y se conjuren para continuar todos juntos hasta el próximo mojón del camino.
Hace ahora un año, Alberto Fabra salió elegido por las bases de un partido que estaba desnortado tras cuatro años de liderazgo de Francisco Camps. Un presidente que llegó a rozar el cielo con los dedos hasta que se supo que la trama corrupta más importante de la democracia había gangrenado su Administración y su partido.
Fabra, que había asumido sin refrendo de las bases el liderazgo del PP, hizo en el congreso toda una declaración de principios ante los delegados. “En estos años, hemos hecho grandes cosas, pero también hemos cometido errores. No predicaremos la honradez, la practicaremos. Y si hemos cometido errores, que es humano, nos disculparemos”. Savia nueva para un PP que, en privado, mostraba cierto hartazgo de las hipérboles y las megalomanías de Camps.
Transcurrido un año desde su elección como presidente del PPCV y a las puertas del ecuador de la legislatura, Fabra ha pintado el lienzo de claroscuros.
El dirigente popular ha desterrado de la dirección del partido, de la dirección del grupo parlamentario y de la Administración valenciana a los cargos imputados (una decena). Una decisión valiente, que le ha costado no pocas críticas de un sector significativo de su partido, todavía con resortes suficientes para hacerle pasar alguna de Caín, pero cada vez más menguado de fuerzas.
Y es en este punto, donde Fabra ha titubeado hasta permitir, finalmente, que la parte más notable del grupo de imputados siguiese dentro del sistema. Bien con escaño propio en el Palau dels Borja, bien con coche oficial en la periferia del sector público de la Administración. Situación que dificultará la estabilidad política del Consell que preside a medida que la justicia vaya sentando en el banquillo a los cargos imputados.
La confección de un discurso propio es otra de las cuestiones que más se le han complicado a Fabra. El presidente de los populares valencianos no ha sido capaz de que lo tengan en cuenta en Génova y en La Moncloa. Salvo unos pocos fogonazos reivindicativos, brillantes pero efímeros, Fabra no ha logrado disimular la imagen de un PP valenciano sin peso alguno en las decisiones del Estado.
Una cuestión trascendental para su liderazgo, porque con las arcas de la Generalitat vacías y sin un discurso ilusionante capaz de aglutinar a las bases, la estructura del PPCV se ha reblandecido. En la provincia de Valencia, Alfonso Rus, el único que cuestionó el equipo escogido por Fabra para renovar el partido, se jacta de haber salido reforzado de los procesos congresuales. En la provincia de Alicante, al presidente provincial y vicepresidente del Consell, José Ciscar, le faltan horas y extintores para sofocar los fuegos que tiene encendidos. Y en Castellón, la transición entre Carlos Fabra y Javier Moliner no se ha traducido en afectos hacia el presidente regional del PP.
Con esta situación, Fabra ha caido en la tentación de recuperar las recetas que tan buenos resultados le dieron al PP en su primera década de gobierno: el anticatalanismo y el temor a un tripartito de izquierdas. Desgraciadamente para Fabra el contexto ha cambiado y en las paellas del domingo se habla del paro y de los bancos. Ya no se discute sobre el valenciano/catalán ni sobre la necesidad de gobiernos sólidos, empachada como está, de mayorías absolutas, buena parte de la ciudadanía.
“Fabra está muy centrado en lograr que la Generalitat pague todo lo que adeuda y dedica a ello la mayor parte de su jornada”, explica un cargo del PP, “¿Pero cuál es su proyecto?”. “A mí no me importa que todavía no lo haya definido, lo que me preocuparía es que no lo estuviese construyendo”, señala este cargo. Pues eso.
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