Euforia de los acongojados
Los catalanes Dorian embelesan al público del Joy Eslava con su negra luminosidad

Confirmado. Los catalanes Dorian mantienen esa extraña habilidad de sonar radiantes aunque se harten de pedir cita con su psiquiatra. No es una dicotomía original —ahí está la luminosidad negrísima de The Cure—, pero sí atractiva. Los cinco visten de negro y Marc Gili, ese chico de atractivo lánguido, enumera un rosario de argumentos para sentirse muy mohíno. Son motivos de peso: sueños arruinados, dioses incrédulos, destinos sin retorno, relojes inapelables, amores que, de tan irreductibles, se hacen añicos. Pero Dorian nos hablan de nihilismo para que bailemos y nos desfoguemos. Alégrate, chaval, esta vida apesta. Y el público de la Joy Eslava, embelesado (hoy repiten, con entradas agotadas), gravitó anoche con tanta tristeza.
La velocidad del vacío, su notable y reciente cuarto disco, sonó ayer de forma íntegra, empezando por esa sugerente introducción instrumental (Los placeres efímeros) que, como Coldplay, persigue predisponer al público para el inminente estallido. Da igual que Dorian se arrimen al pop, el rock o la electrónica: en ningún caso renuncian ni al melodrama ni al estribillo. Incluso Gili recita la letra de Las palabras antes de interpretarla y sale airoso: no es un escritor asombroso, pero sí emotivo. Y hay algún hallazgo poético, como ese de las “rayuelas de fuego bajo un cielo gris”, muy potable.
La afinación no es el mayor fuerte de Marc en directo, al menos en las notas altas, lo que emborrona alguna pieza tan intrigante y seductora como Horas bajas' (sí, los títulos lo dicen todo). Pero las ocasiones para la empatía se multiplican, sobre todo gracias a ese bajo seco y metálico que Bart Sanz, nuestro Simon Gallup particular, imprime a Verte amanecer o Más problemas. Al final, la enfurruñada y pegadiza Arde sobre mojado sirve a Gili para guitarrear entre el público e impregnarnos con su peculiar euforia de los acongojados.
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