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Sansal, solo en Argelia

El escritor, amenazado por el islamismo radical, publica ‘Rue Darwin’, su obra más autobiográfica y repaso a la historia reciente de su país

Carles Geli
Boualem Sansal vive en Argel a pesar del táctio boicot a su obra y a su persona.
Boualem Sansal vive en Argel a pesar del táctio boicot a su obra y a su persona. CONSUELO BAUTISTA

La libreta hace de prostíbulo; el servilletero, de bloque noble del complejo; y el vaso de enfrente, de la casita que era su casa. Boualem Sansal (Theniet El Had, Argelia, 1949) vivió buena parte de su infancia en una especie de falansterio que ahora intenta reproducir en la mesa. Es todo un poco confuso, como lo fueron esos años de infancia, que le impiden saber aún hoy quiénes fueron sus padres (baraja hasta tres madres) y cuántos hermanos y hermanastros tiene. “No es bueno convivir con los propios secretos, hay que cortarlos de raíz o morir”, escribe en Rue Darwin (Alianza), particular catarsis de uno de los pocos intelectuales que resisten en su país los embates del islamismo radical y que aprovecha para ofrecer un lúcido y hasta poético retrato de la historia reciente de Argelia.

“Es imposible saber de verdad quiénes eran mis padres: aún veo desfilar muchas caras y recuerdo muchos nombres. Aquello era tan grande y había tanta gente…”, recita Sansal casi en un murmuro, rostro fatigado, evocando el particular imperio que regía su supuesta abuela Djéda. A los 8 años salió de ese matriarcado para ir a un barrio de Argel con su presunta verdadera madre, a la calle Darwin: “Ahí cerré los oídos y me construí lo que fui, hasta que hace tres años murió mi madre y reaparecieron todas las preguntas que nunca me quise hacer”.

Hay más médicos compatriotas en los alrededores de París que en todo mi país”

Por esos barrios míseros de Argel llegó ver a Albert Camus. “Iba con una decena de personas, era cuando la independencia y sufría al ver al país partido en dos; proponía una tregua civil, pero no le dejaron ni hablar: le lanzaron piedras, tomates…”. Es una anécdota en esa Batalla de Argelia que corre subterránea por esta novela autobiográfica, un episodio sucio, que quizá entreabrió la ventana del fundamentalismo. “Dentro del movimiento independentista había una dirección que centraba el proceso en lo político y otro que quería aprovecharlo para hacer de él una guerra musulmana, para salvar la tierra de cristianos…”.

A esa dualidad se añadió que fue una guerra sin honor. “Hubo un momento en que los valores por los que se luchó ya no eran tales: la libertad mudó en ambición de poder y dinero; la lucha en favor de Dios pasó a favor de la del diablo…; o sea, unos torturaban y otros tiraban bombas en los cafés; fue un gran deshonor”. En su opinión, “mi país paga hoy las consecuencias de la llamada Guerra de Argelia, el Frente Nacional de Liberación se hizo con la idea de que el país sería independiente a través de una república que funcionaría como una casa para todos; si la gente hubiera sido honesta, hubiéramos construido ese gran país, pero la sed de poder impidieron un debate que hoy se hace a través de las armas; ahora ya hay demasiados muertos para poder hacer una casa común”.

Porque los islamistas están ahí y Sansal lo sabe: uno de sus hermanos se alistó a la Yihad (“te mueves entre el dolor, el miedo y la tristeza”), pero es casi un mal menor comparado con la diáspora del resto de la familia intelectualmente bien preparada pero esparcida por cuatro continentes. “La marcha de las élites es el verdadero drama de los países árabes, así es imposible modernizar el país; ¿sabe que hay más médicos argelinos en la conurbación de París que en toda Argelia? La Primavera Árabe no puede tener éxito, vamos hacia el invierno árabe. ¿Qué milagro nos hará desarrollar la democracia y los derechos humanos sin intelectuales? ¿Quién creará sistemas de intermediación con la sociedad, como los sindicatos?”. Le preocupa porque, cree, es la política antiética a la que aplican los fundamentalistas. “Ellos no paran de dialogar con la gente, reunirla, convencerla, volcar dinero, les forman predicando; de nosotros, ¿quién lo hace?”.

No tengo vida social ni me invitan a la televisión; se va a la mezquita por miedo

Que el islamismo se ha vuelto más sutil es casi un axioma que el autor de La aldea del alemán vive en sus carnes. “Rue Darwin se puede encontrar en algunas librerías de Argelia; antes había un servicio de censura; ahora ha desaparecido y depende de la reacción de los islamistas, que pueden comentarlo a miembros del gobierno y éste actuar sin constar oficialmente”.

Premio de la Paz de los Libreros alemanes 2011, Sansal, se mantiene contra viento y marea en Argel, pese a haber sido apartado como alto cargo de Industria, sufrir amenazas de los islamistas y, como a su mujer maestra, dificultarle hallar trabajo. En el libro, uno de los personajes cita a Milarepa, asceta tibetano: “Aquí vivo sin residir”. ¿Cómo él? “Ni mi mujer ni yo trabajamos. Sí, en Argelia no tengo ya vida social: nadie me invita ni a la televisión ni a la radio; soy de los pocos que no voy los viernes a la mezquita como la mayoría, que va por miedo… ‘¿Qué hago aquí?’, me digo a veces, pero me quedo porque creo que no se puede hacer oposición desde el bulevar Saint Germain; hay que resistir… Sé que las cosas requieren tiempo”. Así en la política como en los secretos de uno mismo.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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