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crítica | folk
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

A un paso de la gloria bendita

Mumford & Sons, el cuarteto londinense de folk más bien yanqui, arrasan con su enérgico directo

Mumford & Sons en su actuación de anoche.
Mumford & Sons en su actuación de anoche.CLAUDIO ÁLVAREZ

Si algún visionario hubiera pronosticado meses atrás que Mumford & Sons venderían 9.000 entradas para su primer concierto en Madrid, le habrían retirado su carné de pitoniso. Sorpresas te da la vida: el cuarteto londinense de folk más bien yanqui congregó anoche una multitud (¡una muchachada!) con la que se llenaría cinco veces La Riviera, la sala que en principio se reservó para albergarlos.

En busca de estímulos que suenen frescos, genuinos y diferentes a la bobería pop y los narcóticos ibicencos, estos chavales han acertado con una pócima suculenta: autenticidad y desparpajo a golpe de bombo y sin platillo, pero con un banjo que repiquetea sin cesar. Visten como monitores de tiempo libre, pero acaban resultando molones y sexys. Por mucho que el Palacio Vistalegre sea el local más birrioso de todo el hemisferio norte.

No seamos cándidos: las casualidades nunca lo son del todo. Resulta que M&S funcionan sobre el escenario como locomotoras. Son enérgicos, trepidantes, imparables, espasmódicos. Winston Marshall se contonea con su banjo como si fuese a arrancarle el mástil, Ted Dwane se juega la luxación de tanto cabecear, en éxtasis, con el contrabajo entre los dedos; Ben Lovett aporrea el teclado y mira de reojo a Marcus Mumford, el hombre que canta, patea el bombo y maltrata la acústica. Y al segundo tema, el ya hímnico I will wait, irrumpen los metales para redondear una fiesta que sería completa en cualquier otra parte. No en Vistalegre, de reverberación tan insoportable como si estuviésemos en plenas Montañas Rocosas.

Las luces colgantes de verbena se iluminan finalmente con Little lion man, inusitado arrebato primaveral de júbilo a falta de que la realidad nos conceda mejores motivos para la secreción de adrenalina. Pero la gran sorpresa en directo la encarna, con Marcus sentado a la batería, la estupenda Lover of the light, otra más de esas canciones a dos velocidades, aparentes baladas que se aceleran hasta volverse furibundas, casi lúbricas. Exactamente igual que Hopeless wanderer, el mejor tema de 2012 en hiperbólica clasificación (ayer ni lo tocaron) de Chris Martin. Ahí lo comprendemos todo: Mumford son los Coldplay del folk, lo que les garantiza tantos enemigos cerriles como expectativas de una futura excelencia.

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Aún no son un grupo irreprochable, pero están de camino. Les asiste una suerte merecida: nadie argumentará que han llegado al éxito por el camino más evidente. Y descubiertos ellos, sus seguidores están a solo un paso de enamorarse de algunos tipos maravillosos: Fleet Foxes, Johnny Flynn, los ahora olvidados Nickel Creek. Y así hasta llegar a The Band, de los que recrearon con tino Don't do it. Y a los viejos Fairport Convention de Richard Thompson. La mismísima gloria bendita.

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