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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El parecido ilusorio

El indulto a las figuras de las Fallas recae invariablemente sobre tiernas escenas costumbristas

Siempre me llamó la atención que en los monumentos falleros los ninots que intentaban reproducir la jeta de algunos personajes de actualidad fueran, en general, tan insatisfactorios en sus resultados, aun admitiendo que en muchos casos se tratara de simples caricaturas. Es una característica que a menudo comparten el cine, el teatro y los museos de cera, y no la pintura, porque ahí se exige cierta verosimilitud en el retrato, y tampoco, por supuesto, en la escultura. Por eso, entre las pocas fallas que he visto en días pasados, me sorprendió que en una tan modesta como la que se planta en la calle La Amistad figurasen, entre otros, los muñecos dedicados a Mariano Rajoy y a Belén Esteban con una exactitud tal en los rasgos de sus rostros que parecían tomados de una mascarilla mortuoria. Pero no, ambos personajes están vivitos y coleando, para nuestra fortuna, de modo que el artista de esa humilde falla ha hecho su trabajo de una manera admirable, tanto que solo les faltaba echar a andar de pronto para espanto y pavor de la concurrencia festiva. Ninguno de los dos que aquí se mencionan ha sido indultado del fuego justiciero, acaso debido al temor de que sobrevivieran en efigie más de lo debido en un museo provincial de los horrores repleto de espantajos. En cualquier caso podría añadirse que, como decía Juan Benet sobre “el instante atónito” de Faulkner, Rajoy y Belén Esteban son así, exactamente cual los mostraba esa falla de extrarradio. Habría que apuntar, por otra parte, que el indulto a las figuras de las Fallas recae invariablemente sobre tiernas escenas costumbristas: el abuelo con su nieto, los padres con sus hijos, homenajes tardíos a los antiguos oficios y demás perlas de pretensión poética en general bastante empalagosas cuando no exclusivamente nostálgicas, como si así la fiesta preservara por los siglos de los siglos el tributo debido a sus orígenes.

Es una impresión parecida a la que producía el muñeco de Marichalar cuando lo retiraron del Museo de Cera de Madrid (no sé si han retirado ya en el de Urdangarin) que, visto en televisión, no se le parecía en nada más que en una cierta conjetura de lerdo de postín que en vano trataba de sonreír amablemente, lo mismo que en el cine hemos visto a multitud de actores que se empeñaban en parecerse a J. F. Kennedy sin conseguirlo ni por asomo o a su estupenda esposa, una Jacqueline que no ha tenido mejor suerte en sus reiteradas personificaciones en la pantalla grande (ni en la pequeña tampoco), aunque en el campo del cine hay que hacer, al menos, tres excepciones gloriosas: la de Helen Mirren como Isabel II, la de Benicio del Toro como Che Guevara, y las de Orson Welles haciendo de sí mismo, además de, por supuesto, la de Pepe Sancho como el cardenal Tarancón.

¿Es todo? Todavía no. Pero otro día seguiremos con las incertidumbres de la representación, esas que hacen pasar a cualquiera por lo que no es en realidad más que en su deseo confuso de llegar a serlo, mediante el artificio de un parecido tantas veces impostado y difícil de tragar.

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