Un hospital ruidoso y doblemente ilegal
El Gregorio Marañón atormenta a una familia con aparatos de climatización estruendosos y sin licencia municipal
Tal vez su nevera ronronea por las noches. Quizá incluso haya aprendido a llamar hogar a ese ruido cotidiano. Ahora imagine que se trata de la nevera del vecino. Y que es una nevera gigantesca, más grande casi que su casa. Y que en vez de ronronear, ruge.
Siga imaginando: su vecino lleva 24 años martirizándole con ese ruido. Se ha quejado al Ayuntamiento de Madrid, pero no ha hecho nada. Ha llamado a la Policía Municipal, que incluso ha tenido que venir sin uniforme, en bermudas, para disimular y que su vecino no apagara la nevera justo antes de la inspección. Todos le dan la razón. Nadie hace nada.
Porque la nevera en cuestión es el sistema de climatización de dos edificios, y su vecino es el hospital Gregorio Marañón. Francisca Rodríguez, de 74 años, y su familia llevan casi un cuarto de siglo reclamando un respiro. Por la noche, el ruido dentro de su casa alcanza una media de 57 decibelios, el equivalente al pitido discreto de un despertador, por encima del umbral marcado por la Organización Mundial de la Salud y suficiente como para impedir dormir a una persona. La ordenanza municipal de ruido fija un límite de 30 decibelios de día y 25 de noche. La Policía Municipal les da la razón. El Ayuntamiento les da la razón. Nadie hace nada.
Rodríguez vive en el sexto y último piso del número 36 de la calle de Máiquez con su hijo, Ignacio Sánchez, y su nieto. A unos 20 metros de su ventana se alzan los edificios del hospital, con aparatos industriales de climatización en la mayoría de azoteas.
El expediente se remonta a junio de 1989. El Ayuntamiento conminó al hospital, gestionado por la Comunidad, a insonorizar las instalaciones de climatización para que no superaran el entonces límite legal, 45 decibelios. Terminó por imponer una multa de 360 euros. Pero nada. En 1993, se repitió la historia. Y en 1995. Otra multa, de 300 euros. Nada. En 1997 se repitió la historia. El hospital hizo obras. La Policía Municipal hizo otra inspección. Nada. Es decir: el mismo ruido. Y así hasta 2008, cuando la familia volvió a denunciar. El hospital instaló pantallas pero el ruido no se mitigó. Con la ayuda del líder municipal socialista, Jaime Lissavetzky, la familia recurrió al Defensor del Pueblo. Éste pidió datos al Ayuntamiento, que sólo suministró la información desde 2000. Bastó en cualquier caso para comprobar que los edificios de Oncología, Cirugía Experimental, Resonancia y Maternidad rebasan el límite de ruido. Así que, en un informe de febrero al que ha tenido acceso EL PAÍS, el Defensor conmina al Ayuntamiento a cumplir su propia ordenanza del ruido y a “adoptar sin demora las medidas materiales provisionales que procedan para poner fin a las molestias, entretanto se implantan medidas correctoras definitivas”.
Pero no dejemos de imaginar. Imaginemos lo peor. Imaginemos que la maldita nevera de su vecino no sólo hace ruido, sino que además es ilegal. Pues como lo oye: en el curso del expediente, el área municipal de Urbanismo ha descubierto (un cuarto de siglo después) que los aparatos de climatización de Resonancia y Cirugía Experimental carecen de licencia, y por tanto ha exigido al hospital que los desconecte, según el expediente al que ha tenido acceso EL PAÍS. El centro ha presentado alegaciones, así que el trámite se demorará. La familia, que sólo había denunciado estos edificios, se dispone ahora a preguntar por el resto. Podría ser que tampoco tuvieran licencia. Y, ya con asistencia letrada gracias a la edil socialista Ruth Porta, no descarta seguir luchando hasta el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Al fin y al cabo, lo único que quiere es dormir en paz.
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