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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tediosos aplausos

"Pocas cosas producen tanta desazón como los aplausos de una bancada del Parlamento al término de la intervención de su líder"

Pocas cosas producen tanta desazón como los aplausos de una bancada del Parlamento al término de la intervención de su líder. Hace unos días, en el debate sobre el estado de la Nación, los diputados populares aplaudieron a Mariano Rajoy con un frenesí, una delectación, un estruendo y una dedicación que parecía más bien dirigida a un rockero de postín que a un político empecinado en llevar el país a la ruina. Y no se trata solo del aturdimiento natural de los aplausos, de esa ordalía pública del consentimiento, de la celebración y de cierto grado de sometimiento agradecido, no. Hay que observar también las miradas húmedas, el ademán obsequioso, la pertinencia de una subyugación fingida que convierte el vergonzoso espectáculo en un episodio de feriante astuto y parlanchín. ¿De verdad creen los diputados nacionales del PP que la intervención de su jefe de filas merecía una adhesión tan ruidosa? Porque de ser así, habrá que pensar que todos ellos son cómplices enfebrecidos de los desvaríos de Rajoy. Y de sus argucias. Dada la mísera situación en la que se encuentra este país, no acaba de entenderse esa granizada de entusiasmo que sus diputados dedican a quien nos ha llevado a ella, algo que produce vergüenza ajena más que otra cosa, como si los deudos de un fallecido prorrumpieran en aplausos al enterrador que lo incinera, o como si Albert Boadella y Esperanza Aguirre aplaudieran de consuno hasta la extenuación una faena taurina en la que el toro termina sobre la arena y les saca la lengua en su agonía. En el caso de la misérrima actuación de Rajoy, el aplauso entusiasmado, tal vez demasiado entusiasmado, de los que dependen de sus hazañas, remiten en demasía a la subordinación pactada como para tomárselo en serio. El que no aplaude no sale en la foto, a lo que hay que añadir que la mirada de Rajoy en esas tesituras es muy parecida a la del listillo persuadido de no merecer tan ruidoso encomio, así que el asunto suele estar próximo a una representación fallida.

Puede decirse otro tanto de los socialistas y muchos otros, en un panorama desolador donde, para empezar, Rubalcaba haría muy bien en retirarse a su casita, acompañado en ese gesto magnánimo de José Blanco y de Alfonso Guerra, y también Carme Chacón, mientras que, en justicia, Rita Barberá haría muy bien en aprovechar estas Fallas para convertirlas en las últimas que celebra desde la balconada del Ayuntamiento como alcaldesa en una graciosa y acaso perentoria despedida, y en cuanto a Carlos Fabra bien podría hacerse como pago a tantos favores con un observatorio internacional de aeropuertos utilizados en exclusiva por hurones disfrazados de conejos sin madriguera a la vista. Llega el momento en que la gente se cansa de sus representantes. Así, Toni Cantó, mediano actor y diputado in pectore, mete la pata en cuanto puede, que es casi siempre, y se mete en un jardín sobre la violencia de género sin que la siempre animosa Rosa Díez lo desautorice, pese a la bronca interna. Cuando eso en política es lo más ilustrativo, la bronca interna. Que se lo digan a Bárcenas.

 

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