Frío frío
'Groenlàndia' es una pieza ambiciosa que quiere ser una denuncia del capitalismo y del materialismo propios del mundo occidental
Qué pena que el último montaje de la sala Tallers antes de su cierre provoque tantas ganas que llegue de una vez a su fin. Qué largas se hacen las casi dos horas de función y qué final tan raro nos propone su autor y director, Jordi Faura. Groenlàndia es una pieza ambiciosa que quiere ser una denuncia del capitalismo y del materialismo propios del mundo occidental, y para ello sitúa a los personajes que lo representan de viaje en la remota isla del título, contraponiéndolos así a los que allí conocen y que o son nativos o llevan muchos años vinculados a esa tierra glacial y ártica. Para mostrar hasta qué punto unos y otros son diferentes y dado que Groenlandia no suele ser un destino turístico, Faura se siente en la obligación de situarnos en esa latitud polar y explicarnos desde la etimología de su nombre, hasta las costumbres de sus habitantes, pasando por las características del paisaje, con lo que la descripción del contexto supera en desarrollo, diría, a la trama, entorpeciéndola y posponiéndola en exceso.
GROENLÀNDIA
Texto y dirección: Pere Faura.
Intérpretes: Pep Ambrós, Joan Anguera, Pepo Blasco, Òscar Castellví, Oriol Genís, Anna Moliner, Àngels Poch, David Vert.
Teatre Nacional de Catalunya, Sala Tallers, Barcelona.
Hasta el 3 de marzo.
Por el lado de Occidente tenemos a Roma (una mujer con una enfermedad terminal), a César (su marido, dueño de un negocio petrolífero) y a los hijos gemelos de ambos, Rómulo y Remo. Por el lado autóctono están, equilibrando al menos en número la fuerza devastadora de los anteriores, los miembros de una familia inuit —el padre, un cazador, y la hija—; un antropólogo, que resulta que es hijo adoptivo del cazador, y un chamán. Solo existe un antídoto posible contra la enfermedad de Roma y es una flor que crece al norte de la isla, de ahí que los ocho se reúnan para emprender una larga expedición.
El planteamiento y la expedición en sí sirven para poner de manifiesto las dos visiones del mundo y para dejar bien claro lo antagónicas que resultan. Frente a los caprichos y las frivolidades de los de aquí, la tradición y el respeto por la naturaleza de los de allí. Un contraste bienintencionado pero un tanto maniqueísta que acaba perdiéndose en lo que más bien parece una guía turística de Groenlandia, pues llega un punto en que el espectador ya no sabe muy bien qué hace ni qué busca tan extraña pandilla. A favor de Groenlàndia, la puesta en escena, que sabe recrear el singular paisaje y su evolución según avanza la expedición a lo largo de los meses.
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