Dulces esculturas
Las tartas ‘fondant’ son la última moda en pastelería. Una tendencia de Estados Unidos que irrumpe en Madrid, con nuevas tiendas y talleres
Una cabeza de zombie, un bolso de Prada, unas zapatillas de deporte o la mismísima Cenicienta con sus ropas de sirvienta. A simple vista tienen poco que ver unos con otros, pero por dentro están hechos de lo mismo: bizcocho, mantequilla, colorante y mucho, muchísimo, azúcar. No son más que tartas perfectamente esculpidas en la forma que cada cliente elija. Enormes y elegantes en ocasiones. Siniestras o fantásticas en otras. A veces tan realistas que puede, incluso, dar un poco de aprensión llevárselas a la boca. Las tartas fondantson la última moda pastelera, y en Madrid están entrando con fuerza. Solo hace falta un poco de imaginación para pensar un modelo, sacar del monedero entre 60 y 200 euros y esperar unos días. Esculpir una tarta de estas características puede llevar un par de jornadas de trabajo.
Para Loleta Linares el concepto fondant, esa pasta laminada a base de agua y azúcar empleada como recubrimiento, ya no es desconocido. Ella fue una de las primeras en importar este tipo de pastelería, muy tradicional en el mundo anglosajón, y pionera en abrir un negocio con las tartas como protagonistas. Se llama La Tienda Americana, y vende todo tipo de productos para tartas made in America. Fue en 2006 cuando por casualidad le ofrecieron hacer un curso para aprender a hacerlas. “Una señora estadounidense entró en mi tienda y me dijo que era instructora del método Wilton”, recuerda Linares. “Me ofreció sus servicios para una clase y yo accedí, aunque no tenía ni idea de lo que era aquello”, reconoce esta exabogada.
Dewey McKinley Wilton, el que le dio nombre al método, no inventó este tipo de pasteles, sino que los comercializó. Fue en 1929, año en que abrió la primera escuela de decoración fondant. Inventó todo tipo de boquillas y mangas para hacer más fácil la realización de estas delicias, que ya entonces eran una especie de producto de lujo.
“Desde que hice aquel curso”, dice Linares, “no he dejado de formarme. He estado en EE UU, México e Inglaterra. Ahora soy yo la que se dedica a enseñar el método”. Lo cuenta orgullosa en el aula en la que imparte lecciones de fondant para todos los niveles. El espacio es luminoso, con pasteles repartidos aquí y allá. Pisos y pisos de tartas perfectas, que parecen hechas de tela y flores. Un lugar que parece salido de una película.
Los primeros cursos que impartió Linares tuvieron un público básicamente extranjero y femenino, pero asegura que ahora hay cada vez más españoles y más hombres, a pesar de la crisis y de los precios no muy económicos de las lecciones. Cuestan entre 50 y 200 euros.
El 60% de la gente, según cálculos de Linares, hace los cursos para convertirlo en un medio de vida. Y el 90% lo hace en sus domicilios particulares para sacarse un dinero extra. Es el caso de Cristina Neila, abogada por la mañana y pastelera por la tarde. Abrió un blog, CN Sweet, en el que sube fotos de las tartas que hace por encargo. “Lo empecé a hacer por hobby, pero mis amigos me animaron a venderlas”, explica. Asegura que cuando pase un poco la crisis dejará el despacho y se abrirá un negocio de tartas fondant al más puro estilo americano.
Cada vez son más los que se apuntan a esta moda pastelera “El boom ha venido con las series de televisión como Sexo en Nueva York. Pero, sobre todo, con el reality El rey de las tartas. Cada vez hay más demanda y, por tanto, más oferta”, asegura Linares, que presume de que muchos de los nuevos pasteleros se han formado con ella.
Sin embargo, Isabel Del Río no es una de ellas. Trabajaba como directiva en una multinacional antes de lanzarse a la repostería. Tras quedarse embarazada, terminó su contrato y abrió Keyks, una tienda en la que se venden utensilios para la elaboración de tartas y cupcakes, algo que comparten muchos de los negocios que se dedican a estos dulces esculpidos. Ella no es seguidora del método Wilton. “Con un rodillo y un palillo puedes hacer lo mismo. Yo empecé así, sin necesidad de comprarme nada más”, asegura. Deja uno de sus libros en la mesa, llamado El método Keyks, que ella misma ideó. “Parte de una experiencia muy fuerte y, además, es más sencillo”, señala con un deje de orgullo en su voz.
Con el delantal puesto y el obrador preparado, parte un bizcocho relleno de crema de chocolate por la mitad. Se dispone a hacer un bolso que le han encargado para un cumpleaños. Mientras recuerda las tartas más extravagantes que ha esculpido —un pez, guitarras, perros, coches, unos novios frente al castillo de Disneyworld...— , cubre el bollo con crema de mantequilla hasta que no queda ni un espacio sin untar. “De este modo, el fondant se queda pegado al bizcocho, liso, sin arrugas”, explica mientras estira con cuidado la masa de azúcar teñida de rosa chicle. En cierto modo, Del Río lamenta que estos pasteles se hayan puesto de moda. “El negocio ya no me va tan bien, hay demasiada oferta y, en consecuencia, los precios son más bajos”, cuenta.
Pero la verdad es que, aunque los precios hayan bajado, estas tartas no son precisamente económicas y distan mucho de los pasteles tradicionales de nata y trufa. Las más baratas cuestan unos 60 euros, y de ahí qal infinito en función de la petición del cliente. Por ejemplo, una tarta de boda para 150 invitados con 100 rosas esculpidas rodeándolo costaría unos 1.500 euros aproximadamente.
Algunas direcciones
La Tienda Americana. Cursos de elaboración de tartas. Entre 50 y 200 euros. Martín de los Heros, 63.
The Jewel Cake Company. La tarta puede ser envase de joyas u otros regalos. Paseo de Alcobendas, 10. La Moraleja.
Keyks. Tienda de utensilios para hacer tartas en Pozuelo. Travesía Grupo Escolar, 1.
Cream Bakery. Hacen tartas por encargo y cursos. Paseo de la Castellana 68, posterior.
CN Sweet. Dulces, tartas y galletas. Calle de Asturias, 50, portal A, bajo C. Villaviciosa de Odón.
Lilitas Cakes. Tartas, galletas y cupcakes personalizados. Calle del Perú, 4.
Para Patricia Rodríguez, fundadora de The Jewel Cake Company, merecen tener ese precio. Considera que son artículos de lujo, pequeñas obras de arte comestibles. De hecho, ella ha incluido en su producto las joyas, por lo que el cliente se puede llevar a casa una tarta en forma de caja aterciopelada que guarda en su interior un anillo o un collar, por ejemplo. “Los que compran estas tartas tienen un poder adquisitivo medio alto”, asegura Rodríguez, que tiene la tienda en La Moraleja. Linares apunta que también son muchos los clientes latinoamericanos. “No les importa gastarse 100 o 300 euros en un pastel para la fiesta de 15 años de su hija”, afirma. “Y es cada vez más común encontrarlos en comuniones y bodas”.
Paula Machin, una joven inglesa que vino a estudiar a España y se quedó, está enamorada de los grandes pasteles de boda. Era bróker en la bolsa madrileña, pero lo dejó en plena crisis y se metió en el mundo pastelero. Sus tartas son una delicia para la vista y un gusto para el estómago. Para ella, hacer bizcochos de todos los sabores es lo más natural del mundo, ya que de pequeña los hacía en casa. Lo curioso de Machin, a diferencia de otras reposteras, es que rechaza moldear tartas extravagantes. “Nunca haré una tarta con forma de cabeza. Imagina que te toca comerte un ojo, ¡qué asco!”, exclama. Su sueño es especializarse en tartas de boda y asegura que la elegancia y la perfección es lo que siempre anda buscando. Pequeñas obras de arte, aunque apenas duren un instante.
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