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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mejor prever que desmentir

"Se diría que resulta difícil en extremo frenar o controlar siquiera la corrupción existente"

Es cierto. No todos los políticos son corruptos, ni todos los empresarios, médicos, abogados, policías, periodistas, barrenderos, tenderos, escritores, artistas, empleadas del hogar o jefes de obra. Pero nadie puede negar que unos están más tentados de serlo que otros, entre otras razones porque disponen de más posibilidades de serlo y de manera bastante más sustanciosa. No es lo mismo el albañil casero, o el psicoanalista, que a la hora de pasar factura sugiere la eventualidad de obviar ese engorroso trámite, que el constructor acostumbrado a hacer a los políticos ofertas que no pueden rechazar. En la época en que cualquier pelagatos era designado concejal de urbanismo y le bastaba con una legislatura para establecerse por su cuenta con el capitalito ahorrado, opaco por lo general, casi nadie se extrañaba de su rápido enriquecimiento, pese a que todos los indicios apuntaran en una sola dirección. En realidad, la única manera de ser corrupto sin que llegue a trascender jamás es que en el trapicheo intervenga solo una persona. Para desdicha de sus múltiples frecuentadores, eso parece hasta el momento poco factible, de manera que cuando en el asunto intervienen unos cuantos desaprensivos, es casi seguro que antes o después se hará público, pues basta con el despecho de un contable o el desengaño de una secretaria para que todo vaya saliendo a la luz, ya sea de golpe y porrazo o destilada lentamente. Llegados a este punto, hay que admirar la prudencia de Luis Bárcenas, si así ha sido, al tomar la precaución de anotar sus cuentas a mano, nada de ordenadores en los que cualquiera puede entrar. Aunque en este caso también resulta admirable su precaución al depositar presuntamente una abundante documentación en una notaría con la indicación de que se entregue todo al juez en el caso de que el probo tesorero sufriera algún percance.

Así las cosas, se diría que resulta difícil en extremo frenar o controlar siquiera la corrupción existente, que sin duda es mayor y de más envergadura de lo que hasta ahora conocemos (aunque no deja de llamar la atención la querencia de muchos de los presuntos corruptos a hacerse regalar la vestimenta y otros complementos por los corruptores de guardia), ya que siendo opaca no siempre está claro que acabe saliendo a la luz. Se ha repetido en numerosas ocasiones que el problema de base podría consistir en la ardua financiación de los partidos políticos, incapaces de cubrir gastos de funcionamiento con las cuotas de sus afiliados y un siempre sospechoso repertorio de donaciones. Pero un problema anterior a ese sería el de la insaciable propensión humana hacia la codicia. Ese ingrediente es de primer orden, sin duda, en asuntos tan turbios como el que nos abruma, pero otros misterios de la humana conducta humana son atajados de forma más eficaz por las autoridades. Persuadido, por ejemplo, de que los homicidios en este país no alcanzan las cotas de prevalencia de la corrupción, habría que indagar de una vez en las claves de funcionamiento social de la corrupción a fin de atajarla de raíz. Prevenir siempre resulta más barato que curar.

 

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