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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El repelente niño Vicente

"Aún estoy oyendo a Camps cuando se jactaba del modelo del pelotazo y de los eventos como prototipo de la nueva economía"

Estaba el otro día viendo el famoso programa de la BBC, en el que se examina a fondo el origen, estado y consecuencias de la crisis económica española, y me quedé perplejo. Según el presentador, la Comunidad Valenciana es el paradigma del desastre español. Y para ilustrarlo salen las consabidas imágenes del aeropuerto sin aviones, del circuito urbano de fórmula uno, del Ágora absolutamente inútil, ya saben, los iconos de la gloriosa época Camps. La gente, al verlos, piensa: estos valencianos son los más ladrones, los más derrochadores, los más sinvergüenzas de todos. Pero no es verdad: la comunidad más endeudada es Cataluña, no la Comunidad Valenciana; la comunidad con más casos de nepotismo es Andalucía, no la Comunidad Valenciana; la comunidad con mayor deterioro del estado de bienestar es Madrid, no la Comunidad Valenciana.

Lo que pasa es que unos llevan la fama y otros cardan la lana. Y en cuanto a la corrupción, en España está pringada tanta gente –al periódico de este jueves me remito–, que a veces los enjuagues de nuestros granujillas, comparados con las (presuntas) trapacerías del tesorero y del yernísimo, parecen juegos de niños. ¿Cuál fue, pues, el pecado diferencial de los políticos valencianos?: que además de insensatos, alardearon de ello. Aún estoy oyendo a Camps cuando se jactaba del modelo del pelotazo y de los eventos como prototipo de la nueva economía. Ahora acaba de saltar a los medios que el Consell, que cierra centros de investigación y no paga a las farmacias, se hace socio mayoritario de los principales clubs de fútbol de la Comunidad Valenciana. Es un disparate, pero sobre todo resulta mediáticamente estridente, por mucho que no tengan más remedio que apechugar con el aval.

A veces parecer es más nocivo que ser. La última campanada la acaba de dar el presidente Fabra ofreciéndose como gestor de una comunidad fiable, frente a las incertidumbres que despierta el proceso secesionista catalán. La cosa me recuerda a ese repelente niño Vicente que siempre había en el colegio y al que te ponían de ejemplo cuando hacías alguna fechoría. Hombre, que la deriva catalana es incompatible con la permanencia en la UE y que Cataluña se está convirtiendo en un terreno poco atractivo para las empresas resulta evidente: lo saben de sobra los inversores y no necesitan que nadie se lo haga ver.

Pero que Fabra se haya ofrecido como lo ha hecho es algo que, sin añadir nada a nuestras posibilidades de atraer capitales, simplemente nos consolida en el papel de mamporreros de la política de su partido. Es como si no hubiera pasado el tiempo. Antaño servimos para experimentar el ladrillo a lo bestia y ahora para ensayar el choque de trenes con Cataluña. Si lo que quieren es que, en previsión de un desenlace desgraciado de la cuestión catalana, nos convirtamos en la alternativa empresarial obvia a Cataluña, sean discretos y pongan los medios para ello emplazando a su partido a que mejore nuestra financiación y nuestras comunicaciones. Ahora bien, el desastre no es inevitable, Valencia también podría ser un mediador nato entre Barcelona y Madrid, por la lengua, por la cultura, por la situación geográfica. ¿Por qué no intentan pasar a la historia haciendo algo diferente de lo que les marcan en la calle Génova y, sobre todo, algo de lo que puedan sentirse orgullosos delante de sus nietos? Quiero pensar que porque no se les había ocurrido y no porque se lo han prohibido.

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