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La OSG estrena Taimyr, trascendental poema sinfónico de Wladimir Rosinskij

Sus solistas, David Quiggle y Natasha Tchitch, transmitieron la fuerza y la ternura de una obra llena de referencias ambientales y evocaciones de juventud de su autor

La Orquesta Sinfónica de Galicia estrenó el pasado viernes en el Palacio de la Ópera de A Coruña Taymir, trascendental poema sinfónico de Wladimir Rosinskij para dos violas solistas amplificadas y orquesta sinfónica. La obra responde al encargo que la Fundación Autor y la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas (AEOS) hacen cada año a un compositor residente en España.

La característica más importante de Taimyr es, precisamente, que todo suena a Rosinskij, un compositor de gran talento, inconfundible personalidad e impecable técnica. Capaz de crear escalas dodecafónicas, como las iniciales de las violas, que sugieren luminosamente el inocente candor de unas tribus aisladas en la oscura soledad del Ártico; o de presentar vigorosos trazos rítmicos cuya presencia es como un mal augurio para el destino de sus moradores.

Son unos duros contrastes entre la inmisericorde fuerza de la política industrial de la URSS y la tierna indefensión ante ella de unos nativos cuya pureza de vida se ve representada por pinceladas de temas folclóricos apenas insinuados o esa harmónica de boca, casi universal en el folclore de todos los países, presente en Taimyr por la llamada trompa gallega.

Taimyr presenta un verdadero caleidoscopio de ambientes: desde la desolada frialdad de la noche siberiana, mágicamente rasgada por el hechizo de una aurora boreal (¡qué belleza de acordes desde la celesta de Alicia González Permuy!) al ritmo implacable y mecanicista de unos tutti tan amenazantes como la más insensible burocracia del poder absoluto.

David Quiggle y Natascha Tchitch, tanto en los solos a modo de cadenza como en plena integración con el conjunto orquestal, transmitieron toda la cruda fuerza y la candorosa ternura de una obra llena de referencias ambientales y evocaciones de juventud de su autor. Fue la suya una actuación de muy elevada musicalidad y un virtuosismo instrumental tan espectacular como imprescindible para la adecuada expresión de la obra.

La OSG, dirigida por Pietro Rizzo y plenamente entregada a la obra de su compañero de atriles, mostró una gran precisión en los intrincados ritmos de la obra y respondió admirablemente a la enorme riqueza de matices tímbricos de la partitura.

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