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CRÍTICA | TEATRO

Jardiel o la máquina de hacer comedias

Pepe Viyuela está sembrado en ‘Los habitantes de la casa deshabitada’, divertida parodia del género policíaco

Javier Vallejo
Pepe Villuela, Abigail Tomey y Paloma Paso.
Pepe Villuela, Abigail Tomey y Paloma Paso.Luis Sevillano

De entre los autores de la otra generación del 27, artífices de un género nuevo, la comedia del disparate, Jardiel es el único que sigue siendo puesto en escena profesionalmente con regularidad. “De todo esto, solo quedaremos tú y yo”, recuerda Jardiel que profetizó Lorca. Frente a una corriente crítica que tildó sus obras de escapistas, otra, más subterránea, viene señalando que el esquematismo psicológico de sus personajes, y la inverosimilitud de las situaciones a que se enfrentan y de la manera en que reaccionan, hacen de su teatro una máquina antirrealista, genéticamente emparentada con los experimentos formales de las vanguardias. Comedias tan exigentes en lo escenográfico y lo interpretativo nos llegan a menudo en producciones que no están a la altura: Jardiel al aire libre, en verano, zarandeado por el viento, no es Jardiel.

Cuando tiene la producción que necesita, el resultado es muy otro (recuérdese el espléndido montaje que Sergi Belbel hizo de Madre, el drama padre, con Blanca Portillo, para el Centro Dramático Nacional). Esta puesta en escena de Los habitantes de la casa deshabitada está a mitad de camino entre lo factible y lo ideal, que hubiera sido construir la escenografía tal cual la sugiere Jardiel, con sus trampas y puertas de pasadizo perfectamente disimuladas, y con toda esa suerte de detalles decorativos realistas con los que contrapesa la inverosimilitud de la trama. O, puestos a estilizar, haber hecho una versión irónica del túnel del terror.

Parodia del género policiaco y del grand-guignol, Los habitantes… es una comedia “sin corazón”, es decir, puro juego: un divertimento sin trasfondo. En este montaje, el tratamiento de farsa que en el prólogo se da al guardabosques y al loco, descubre las cartas de ambos personajes demasiado pronto: sus intérpretes tendrían que darles una apariencia inicial más convincente, para despistar. Juan Carlos Talavera y Pepe Viyuela componen un dúo estupendo de carablanca y augusto, en los papeles cambiados de Raimundo, señorito factotum, y de Gregorio, chófer que no sabe ni de conducción ni de mecánica. Jardiel, prodigio de economía humorística, consigue que el público ría dos veces de lo mismo: de los sustos que Gregorio se lleva, y de su disparatado relato de lo sucedido. El Gregorio de Viyuela, sembrado, pasa del pánico al estoicismo en un clic: tiene un aire desamparado que recuerda al del tiernísimo José Luis Ozores.

La gracia de la comedia, dirigida con oficio por Ignacio García, estriba en los resbalones que el atónito dúo da en sus intentos de descifrar el enigma y en la acción que los lleva de sorpresa en sorpresa hasta ese segundo acto cuya protagonista sobrevenida es Rodriga, tonta del bote que se mete en medio del fregao (una Paloma Paso Jardiel que extrema con precisión los perfiles paródicos de la criatura). Eficaces, Susana Hernández y Pilar San José en sendos papeles de carácter.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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