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CRÍTICA | JAVIER ÁLVAREZ

Benditos sean los raros

Javier Álvarez vuelve al Libertad 8 dos décadas después de su debut como cantautor

El cantautor en una imagen de 1994.
El cantautor en una imagen de 1994.Jerónimo Álvarez

Hace mucho que Javier Álvarez ejerce sin rubor de verso libre. Se siente cómodo en esa piel porque es la suya, la que le pertenece. Hombre de muchas idas y venidas, pero ningún respeto por los guiones establecidos, ahora le ha dado por regresar a ese mismo rinconcito del Libertad 8 que le vio nacer como cantautor hace, ¡uf!, dos décadas ya. Y así, a su aire y en solitario, se basta para emocionar y entretener, para mostrar su lado confesional y también el gamberro. Como el perfecto friki que siempre fue antes de que nadie utilizara semejante palabro.

Empezó por Sunset Boulevard con esa voz frágil pero no quebradiza. Voz temblorosa como un abrazo que no supiéramos si será el último. Entregó No te acuerdas en un susurro y acompañándose con acordes tenues, apenas acariciados. Nos recordó Lover, lover, lover, pequeño prodigio de ingenio que solo incluye títulos de canciones en su letra. Y todo era quedo, hermoso; hipnótico como la sombra de los ventiladores que proyectaban sus aspas sobre el techo. Voz, guitarra, silencio: el Libertad 8, erigido en sigiloso templo profano donde se mide hasta el pestañeo.

En ese contexto, La edad del porvenir sonó, al fin, como el himno generacional que nunca se atrevió a ser, y De aquí a la eternidad resurgió de algunos años de inmerecido destierro. Pero enseguida llegaría la sorna, esa media sonrisa traviesa que tanto le define en el cantar y, seguramente, en el vivir. Un Álvarez fascinante por poliédrico, de rostros múltiples y hasta contradictorios, al que solo vamos desentrañando a lo largo del tiempo. Jugó Javier al playback, a las coreografías gansas, a la canción en catalán, al surrealismo de contemplar un vídeo inexistente en la pared desnuda. JÁ es un raro, sí. Pero benditos sean los raros como él. Los necesitamos.

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