Contra los engaños
Ningún banquero ha ido al trullo, lo que anticipa el tercermundismo al que estamos abocados
A estas alturas de la crisis económica que nos abruma se ha vertido tal caudal de reflexión, análisis y pronósticos sobre la misma que resulta insólito hallar un enfoque novedoso. En los cenáculos más o menos ilustrados, pero progresistas de todo pelaje, ya están entronizados como autoridades de referencia los imprescindibles Paul Krugman y Joseph Stiglitz, pero también los Antón Costas, Vicenç Navarro, Torres López, Alberto Garzón y otros preclaros de esta misma cuerda crítica que nos han ayudado a comprender las causas de esta masacre, acerca de la cual postulan remedios que, más allá de sus matizadas diferencias, contrastan con los que dictamina el neoliberalismo imperante y confiscador. Otra nota común es su prudencia o resistencia a mojarse previendo los plazos y modos con que emergeremos de este caos.
Sin pretensiones de haber sido el único en asumir tal riesgo profético —aunque sí de los pocos—, eso es lo que ha hecho el periodista Ramón Muñoz en su libro <CF1001>España, destino tercer mundo (Deusto), título que complementa con un expresivo sumario: “endeudados, sin fábricas, sin empleos y atrapados por el corralito”. Esto es, no podremos pagar los casi cuatro billones que debemos, no producimos nada porque hemos desmantelado o deslocalizado la industria, el ladrillo —¡vaya paradoja!— sigue siendo nuestra alternativa, los bancos son tramposos y hasta podemos ser desahuciados del euro. Un futuro “siniestro” que nuestros hijos y nietos deberán encarar mediante la emigración que, eso sí, ya no la emprenderán medio analfabetos y con maleta de madera anudada en cuerda, como en los años 50. No lo lean ahora. Esperen unos días y, a la luz apocalíptica de lo que se nos augura, la cuesta de enero se les antojará más llevadera.
Estas líneas no son ni mucho menos una glosa como a nuestro juicio merece la obra que, implacable y desoladora, se lee con avaricia. Pero aborda unos aspectos que no nos resistimos a subrayar en estas notas. El primero alude a la impunidad de los culpables que, en su inmensa mayoría, no solo se están saliendo de rositas, sino también indemnizados con cifras millonarias. Que sepamos, ningún banquero o directivo de las cajas valencianas ha parado en el trullo, lo que por sí mismo anticipa el tercermundismo al que estamos abocados. Una laxitud que administra la justicia —¡menudo cachondeo!, que sentenció un edil andaluz— y que, mediante indultos a porrillo y silencios, alientan por igual los partidos hegemónicos gobernantes, PP y PSOE, caras de la misma moneda, por más que a este le pese.
Y lo que es peor: apenas si se percibe la sanción social, si es que tal correctivo moral tiene todavía alguna vigencia. Ya nos hemos habituado a coexistir con los trincones de toda laya que pasean sin vergüenza su jeta y robada fortuna, u ocupan escaños en las Cortes vistiendo zamarra pepera. Cierto es que provocan algunos ramalazos de indignación e ilustran ingeniosas pancartas en las apacibles y bulliciosas manifestaciones, pero en eso queda todo porque ante este caos que nos hunde en la miseria estamos desarmados, incluso resignados. Ni siquiera nos van quedando tribunas periodísticas razonablemente independientes desde las que demoler los embelecos de los gobernantes, lo que abunda en la degradación de la democracia, que por estos pagos ha tiempo que se reduce mera caricatura. Como dice el colega que ha dado pie a este comentario, ojalá alguien o algo nos salve de este entuerto. Un milagro, vaya.
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