Arena y harina en la palabra
En su modestia, el espectáculo de Enclave está facturado con sobriedad y seriedad
Los tres poetas españoles más musicalizados son Federico García Lorca, Miguel Hernández y Antonio Machado, por este orden; también los más danzados son los dos primeros, si bien Lorca goza también del versionado de sus obras teatrales aun por encima de los versos. Lo curioso a ojos del interesado, es la coincidencia temporal de estos grandes autores. ¿Qué hay en ellos? ¿Por qué la danza les habita? Diría que un esencial tan trágico como lírico se delinea con facilidad en la representación de su poética más que en la literalidad, como si las formulaciones coréuticas fueran capaces de tejer, en paralelo, una acción tan digna, elevada y respetable, que puede resistir el peso que representa la inspiración misma.
En su modestia, el espectáculo de Enclave está facturado con sobriedad y seriedad. Las dos bailarinas aparecen primero como las musas (ataviadas a la griega) y así vuelven circularmente al final, al momento de la muerte en la prisión. Un saco de arena es un reloj, un imán del tiempo, un aviso.
Entre los fragmentos musicales hay demasiados estilos mezclados, como también abunda una cierta discordancia en los materiales coreográficos con abundantes texturas y tratamientos. No se sabe qué pedazo pertenece a cada creador ni en lo que se oye ni en lo que se ve. Hay escenas fallidas, como la del militar y el oligarca. Está mejor lo del clero. Hacia el final, con la aparición sonora de una formación de cuerdas, el programa mejora ostensiblemente.
Javier Sebastián Muñoz es un actor vocacional y un bailarín en formación, pero esmerado en caracterizar a ese joven poeta iluso y enamorado, creyente en la sal de la vida. Agua, harina, esparto y tierra. Colores ocre, blanco, negro y gris: una paleta entre rústica y tierna, en esa gama discurre la acción que se hace más densa y explícita hasta la tragedia.
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